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¿Industria del miedo?

2020-09-11 | 07:44 a.m.
Diario del IstmoDiario del Istmo

Puede usted elegir la imagen de su preferencia, que para eso hay miles de años de existencia terrícola del ser humano. La que a usted se le pegue la gana. A mí, por ejemplo, se me antoja elegir cualquier escena de esa obra por fascículos del Siglo Dieciocho que después se convirtió en un monumento literario a la hidalguía, la audacia y la consabida podredumbre del poder en Francia en la época de Luis XIII, aunque en realidad, la referencia pudiera ser a cualquier tiempo o país.

 

En los entresijos de las letras de Alexandre Dumas, aparece reiteradamente el funesto y poderosísimo Cardenal Richelieu, con su sotana y solideo, negros como una noche sin luna, y con esa mirada desquiciante que se puede imaginar de un ser obnubilado por el poder. El Cardenal. El ministro principal que presidía el Consejo Real y dominaba a toda Francia con base

en el miedo ineludible que generaba la simple mención de su nombre, ni que decir de su electrizante aparición física.

 

Y no era necesariamente lo que a uno le podía hacer realmente el Cardenal, no. Era esa anticipación a imaginar las terribles consecuencias lo que paralizaba, lo que inhibía a las personas, lo que las rendía a su merced. El Rey no le contradecía pues era controlado por el artífice del miedo. No importa lo que pudiesen haber aportado en seguridad el Capitán Tréville, D’Artagnan, Athos, Porthos o Aramis –los Tres Mosqueteros-, el Rey, literalmente, “se hacía” del miedo.

 

El miedo. Una emoción generada por la expectativa del mal, una sensación de ansiedad asfixiante en el pecho que paraliza, que relaja los esfínteres, que quita el sueño por las madrugadas, el hambre por las mañanas. El miedo, quintaesencia de la naturaleza humana, tan presente por toda la historia de la humanidad, tan rentable para quien ejerce el poder, para quien lucra con él.

 

¿Puede haber una industria del miedo? Más allá de las películas de terror donde Carrie utiliza sus poderes telequinéticos para desahogar su ira, o el Exorcista contempla una cabeza girar trescientos sesenta grados ante su asombro ¿Puede considerarse que existe, como tal, una industria del miedo?

 

Si usted toma cualquiera de esas imágenes históricas a las que nos referíamos, o si vuela al Imperio Romano, o la Santa Inquisición, o la guerra fría, o el once de septiembre; existe un patrón escalofriante en cada episodio de nuestra evolución histórica: personas, grupos, ostensibles a veces, ocultos las más, recogiendo dividendos, sobrevolando canonjías y privilegios, explotando comunidades, países enteros, mantos acuíferos, razas completas, en base al miedo. Cofres llenos producto del miedo...

 

¿Hoy? Francamente existe una sistemática explotación de humanos para apuntalar poder, para ganar batallas inentendibles para la mayoría, solo comprensibles para aquellas cúpulas ocultas en las tinieblas que cuentan los billones de dólares por cientos o la acumulación de poder para explotar.

 

La ira de dios, el lugar común y favorito utilizado por quienes ni siquiera reconocen su existencia, la de algún dios, me refiero. La amenaza comunista hace unos cuantos años. La maldad yihadista. Los fundamentalistas. Los narcotraficantes. Las minorías enardecidas y desorientadas. La Mara Salvatrucha. Los cazadores de migrantes. La ignorancia, el asaltante en la

Combi, alguien en la calle sin cubrebocas. El espionaje cibernético. Miedo, miedo. Miedo que controla, que vende, que esquilma, que condiciona la libertad. Miedo que conforma la personalidad del ser humano post moderno del Siglo XXI.

 

Miedo que genera las condiciones de impunidad para apoderarse de los recursos naturales de otros, de sus carnes para explotarles laboral o sexualmente, de sus mentes para aleccionarles en el modelo consumista y de fracaso espiritual. Miedo al averno. Miedo a salir de casa.

 

Miedo a manifestar una opinión. Miedo a romper las reglas del mercado, del trabajo. Miedo a no ser la mujer que declaro en mi discurso políticamente correcto, miedo a sentir de verdad, miedo al rechazo social, miedo a no ser señora de sociedad; miedo a dejar de ser machista en el seno del bar donde se reúnen los amigos a pesar de no coincidir con las vejaciones a las mujeres, miedo a disentir, miedo a denunciar, miedo a soñar, a jugar y a liberar nuestros instintos. Miedo a la justicia de verdad.

 

Haga un alto en su camino buen hombre, buena mujer, y enliste todas las cosas que desde el fondo de sus entrañas hubiese querido hacer, desde el fondo del duodeno hubiese querido decir, disfrutar y vibrar. Cuantas deudas personales pendientes dejamos los humanos a nuestro paso por aquí, presas del miedo, paralizados por el pavor, a pesar de la cara de circunstancia que ponemos cuando cínicos lo negamos, cuando nos declaramos libres y valientes y a los cuatro vientos proclamamos ¿miedo yo? Pues nada…, a hacerte de tu país, de tu destino.

 

Twitter: @avillalva_

 

Facebook: Alfonso Villalva P.

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