Si se supone que un pilar de la vida democrática de cualquier país del mundo es la diversidad de nuestras ideas y nuestro derecho a ventilarlas públicamente. ¿Es válido callar la voz de alguien? ¿Es legítimo decirle qué puede decir y qué no sobre lo que piensa de la arena electoral? ¿Mejora o empeora nuestra democracia cuando una institución pública busca imponerle silencio a una persona, por muy servidor público que sea?
Se ha dicho hasta el cansancio que cuando se pierde la libertad de expresión, todas las demás libertades y derechos están en riesgo. Claro, sólo hay que pensarlo un poco. La libertad de expresión implica la libertad de quejarte cuando se está cometiendo una injusticia. La libertad de expresión implica decir las cosas por su nombre y no darle vueltas para que suene bonito y los corruptos no se ofendan porque los llamemos así.
La semana pasada los órganos electorales determinaron que el presidente Andrés Manuel López Obrador no tiene derecho a mencionar a cierta política del PRIAN. Ojo: no quieren ni siquiera que mencione su nombre. Y eso que se llama igual que un popular caldo de pollo que, ese sí, al contrario de su tocaya, es muy efectivo y tiene muchos adeptos.
Con la ley del embudo en todo su esplendor, la medida cautelar no es recíproca: es decir, aquella política del PRIAN se la pasa hablando peste y media del Presidente, difamándolo sin miramientos un día sí y otro también, porque sabe que la sola mención de López Obrador le representa una resonancia que sería inalcanzable para ella sola.
A pesar de lo notoriamente injusto de la medida, el presidente ha dicho que la acatará, quedando en indefensión frente a las injurias de la señora. Algo inédito, tratándose de una persona que antes que presidente es un ciudadano, con los mismos derechos que cualquier otro.
¿No es la censura uno de los rasgos de los gobiernos autoritarios? Pero en este caso la censura no proviene del régimen de poder público en México, sino que, justamente, se trata de instaurar en su contra.
Entiendo que la libertad de expresión tiene límites, como no meterse con la vida privada o convocar a un delito, pero el presidente nunca hizo más que criticar el actuar hipócrita de la señora en cuestión.
Una de las luchas históricas por la democracia en México era, precisamente, la exigencia de reglas justas, claras, exigibles. Reglas que permitieran participar en la lucha por el poder político en condiciones más parejas, sin trampas ni ventajas ilegítimas. Pero no reglas absurdas que en lugar de favorecer al espíritu democrático parecen estar contra él.
Mi opinión es que en la arena política, nadie debería callar a nadie. Y miren que de mí han dicho una carretada de cosas. Incluso hay una periodista que, ridícula, sin la menor ética profesional y con toda la mala leche del mundo, me atribuye todas las calamidades del mundo en su afán de recibir una dádiva. Si un perro muerde a alguien entre Agua Dulce y Pánuco, ella dice que fue mi culpa.
Así es esto de la política: adversarios y hasta compañeros de partido son (o deberíamos de ser) libres de expresarnos.
Y hablando de no callarse, les cuento que vengo muy contento porque después de 10 años corrí el Medio Maratón de la Ciudad de México. Voy por el Maratón completo y por más carreras (de todo tipo de carreras que me depare la vida) en el 2024. ¡Con Tokio!
Diputado local. Presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado.
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