A veces recordaremos a nuestras abuelas que solían acertar con los días de lluvia como si tratara de una profecía: “Va a llover, porque me duelen los juanetes”, decían, y la verdad es que, no fallaban ni una vez. ¿Alguna vez has experimentado diferentes sensaciones en tu cuerpo coincidiendo con cambios meteorológicos? ¿Te afecta la lluvia? Quizá puede que te sientas anímicamente distinto si hace sol a cuando está nublado. No todos somos igual de sensibles, pero, ahora que estamos en temporada de lluvias, nos vendría bien saber cómo nos afectan las precipitaciones.
Los cambios meteorológicos nos afectan a todos, debido a que nuestro organismo cuenta con una gran cantidad de receptores que señalan a nuestro cerebro qué es lo que nos rodea y, en última instancia, de qué nos tenemos que proteger si fuese necesario. Pero este primitivo sistema del organismo, que nos alerta hacia las inclemencias del tiempo y que compartimos con otros seres vivos, hoy en día no es menos necesario y, por lo general, lo tenemos más “adormilado”. Ahora contamos con inventos que nos permiten enfrentar y compensar los cambios de tiempo: paraguas para no mojarnos si estamos en la calle, ropa térmica, cristales que nos aíslan del frío, aires acondicionados para el calor, etcétera.
Gracias a los estudios de la biometeorología, que es la ciencia que estudia estos fenómenos, podemos afirmar a día de hoy que la meteorosensibilidad integra no solamente un fenómeno en el que existen componentes más o menos subjetivos o psicológicos, sino una realidad biológica que se explica por medio de las leyes de la psicoquímica y la electrofisiología.
Al cuerpo humano le gusta el equilibrio homeostático, es decir que, frente a las oscilaciones del medio externo, así como su impacto en el organismo, éste tenderá siempre a equilibrar funciones internas como nuestra presión sanguínea, temperatura corporal, frecuencia respiratoria y niveles de glucosa en la sangre, entre otras.
El estrés climático viene de ese desequilibrio en nuestra homeostasis biológica, y se traducirá en una alteración de nuestro estado de salud tanto físico como psíquico; un exceso de tensión impuesta que abarcará sistemas como el neuroendocrino y el nervioso para hacer frente a las alteraciones del ambiente. Un ejemplo biológico básico de este concepto es la sudoración cuando las temperaturas son más altas de lo que normalmente acostumbramos, gracias a lo cual el cuerpo intenta recuperar la refrigeración del sistema; más complejo nos resultará identificar los efectos de ese estrés climático en nuestro humor.
No existe una única respuesta a esta interrogante, ya que, el hecho de que experimentamos estrés climático va a depender de cada individuo y su genética, del estado general del organismo y sus patologías, y para finalizar, de cómo sea el estímulo ambiental, como, por ejemplo, la aparición brusca de una ola de frío o de calor.
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