Minatitlán | 2024-08-03
Con lágrimas en los ojos, a punto de romper en llanto, Yeimi Alexandra Fonseca González, una mujer de 22 años originaria de Caracas, Venezuela, asegura que el territorio mexicano ha sido el infierno que deben vivir en busca del "sueño americano", aventura en la que en dos ocasiones fue vendida a diferentes cárteles de la droga, sufriendo desde abusos y maltratos, conociendo a su paso lo que es una casa de seguridad y esclavitud en pleno siglo 21.
Su piel morena que brilla con los rayos del sol, permite saber desde el primer momento sus raíces extranjeras. Su acento le delata de inmediato junto a una mirada de tristeza que refleja el dolor y llanto que le ha generado intentar salir del régimen del dictador Nicolás Maduro.
La dama de complexión delgada, dientes aperlados y cabello ondulado, es madre de un par de niños, siendo el mayor de ellos que la acompaña en la travesía, junto a su hermana Maikeini y una pequeña sobrina, hija de ésta última.
Dice que el primero de enero de este 2024 salió de su casa en Caracas, el motivo: la falta de agua y de energía eléctrica, sumado a la ausencia de oportunidades para superarse. "El sueldo no alcanzaba para la comida, lo que entraba era para medio comer y sobrevivir con los niños", dijo Yeimi, con voz entrecortada al responder que la situación en Venezuela es "delicada".
A pregunta expresa en la banqueta de la esquina de Heroico Colegio Militar y calle Uno de la colonia Petrolera, en la entrada de una tienda Oxxo en la que pedía una moneda, contestó: "El paso por México nos ha tocado muy duro la verdad; hemos sido secuestradas dos veces, casi nos jalan al niño para robarlo (su hijo Emiliano de cuatro años)".
"Hay personas muy malas", refiere Yeimi respecto al territorio mexicano, dado a la experiencia que sufrió cuando fueron secuestradas en Mazatlán, Sinaloa, denunciando que la misma policía los vendió a un grupo armado.
"La policía nos vendió al cártel por dos mil dólares, duramos 15 días en una casa, y de ahí nos vendieron al cártel de Durango; y el cártel de Durango nos vendió con los Zetas.
De ahí nos liberaron, nos recogió la migración y llegamos hasta Tabasco", recordó con la mirada perdida, regresando la cinta de una película de terror de la que prácticamente es la protagonista.
Rompiendo en llanto, Yeimi compartió que en Caracas dejó a su segundo hijo, a sus padres y otros hermanos. Prácticamente a toda su familia, descartando el volver a su tierra natal, pues, "la situación es muy difícil, todos están desesperados por conseguir la comida".
Al preguntar sobre su opinión respecto al escenario que se vive en Venezuela por las pasadas elecciones, en las que el dictador Nicolás Maduro habría resultado triunfador, su reacción fue de total sorpresa, mencionando que desconocía de lo que pasaba, manifestando que: "estamos incomunicados con todos allá (Venezuela), no sabemos lo que está pasando".
Fue precisamente su mamá la que decidió vender una propiedad que recibió por herencia, dinero con el que ella y su hermana lograron salir de dicho territorio con el compromiso de ayudar a los parientes que se quedaron allá.
Con llanto, dijo que desconocía como era la travesía en busca de encontrar una mejor calidad de vida. Con todo y los tropiezos, nada ni nadie les quita la motivación para seguir adelante.
"Estamos cansadas, pero no nos vamos a rendir para llegar a la meta", compartió Yeimi, al narrar los robos que han sufrido en el territorio Azteca, en un recorrido que han concretado en autobús.
Aunque por el momento acampan en un refugio temporal en Minatitlán, esperan retomar el viaje en los próximos días, tras abordar el tren. La meta es llegar a Tierra Blanca, Veracruz, y continuar con dirección a la Ciudad de México (CDMX).
El último paso, será ahorrar para intentar llegar a los Estados Unidos. El viaje es largo, pesado y de terror, pero, las ganas de continuar siguen más vivas que nunca.
Al final de la entrevista, Yeimi agradeció a quienes le han brindado la ayuda económica para ella y los suyos en su estancia en Minatitlán.
Fuera de cámaras, el mensaje fue de optimismo, limpiando las lágrimas y encomendando el viaje a su Dios, pidiendo clemencia para el futuro que le pueda esperar.