| 2025-03-14
Los ajolotes están en peligro de extinción. Desde tiempos prehispánicos han habitado las aguas del canal de Xochimilco y ahora nadan entre botellas de plástico, latas de cerveza y orina de borracho. Los que logran sobrellevar la contaminación del agua quedan atrapados en redes de pescadores, o son cazados por culebras de agua y por recolectores que los venden como mascotas exóticas, mientras que sus huevecillos son devorados por tilapias inmisericordes.
Por nuestra indiferencia, el ajolote es un animal más cercano a la vaquita marina, la mariposa monarca o a los rinocerontes que a la identidad secreta del dios Xolotl. Algún día desaparecerá. Dejarán de habitar en las aguas de Xochimilco y es realmente triste que su ausencia no detendrá la música en las cientos de trajineras que, a falta de espacio, chocan entre sí al navegar por el canal.
Lo que desaparece no detiene el ritmo del mundo. Una lástima. Pensando en Xochimilco, qué antojo de una quesadilla de huitlacoche. Tantas cosas que uno piensa mientras espera en la fila de la cafetería. Desayuno, oficina, clase de yoga. ¿Cuál es la diferencia entre el café americano y el café del día? ¿No es lo mismo? ¿Y cuál es el tamaño que mejor me conviene? No hay tanta diferencia de precio entre el mediano y el grande. Decisiones, cada día, alguien pierde, alguien gana, ave maría. Hoy toca junta a las 11.
Pobres ajolotes. Jamás le hicieron mal a nadie y aun así van a desaparecer. Como los carteros. Como los dinosaurios. La televisión está encendida, pero yo tengo que decidir qué es lo que ordenaré cuando llegue a la caja. Y también tengo que escoger cuál será mi desayuno. ¿Qué quiero? De reojo miro que en el noticiero hay un reportero que anuncia el congestionamiento vehicular de cada día.
¿Por qué la inminente extinción de los ajolotes no aparece en el noticiero? ¿Por qué la gente no levanta la voz y protesta? ¿Hemos normalizado que un animal desaparezca para siempre de la Tierra y que no pase nada? Qué antojo de unos chilaquiles. No, tengo que bajar dos kilos para el traje me quede bien. No importa que los totopos sean horneados. Ojalá la triste noticia de los ajolotes no arruine mi desayuno.
Pobrecitos, les prometo que cuando desaparezcan, yo mismo saldré a buscarlos. Después del desayuno tengo que pasar a la tintorería a recoger el mismo traje que quiero que me quede bien, y después toca pagar la luz, porque si lo pospongo se me olvidará, y después revisar los pendientes de la semana, y después la junta de las 11, y después otro café, y pensar en los pendientes de la próxima semana, y ya por fin me acerco a la caja, un café del día, por favor, tamaño mediano, y mientras espero el café vuelvo a mirar de reojo la televisión.
El reportero denuncia incansablemente la aparición de un bache en una avenida importante, pero lo que llama mi atención son los cintillos en la parte inferior de la pantalla: Hallan campos de exterminio en Jalisco y Tamaulipas. El horror. El horror. El discreto cintillo sigue avanzando: Se estima que la cifra de personas asesinadas en campo de exterminio en Jalisco aumente a mil. ¡¿Pero qué país es este, carajo?! El país del jamás nos enteramos de lo que ahí sucedía.
Tan lejos que se ve el humo en mitad del llano vacío. Me duele. Imagino la ropa tirada en el suelo, las mochilas abiertas, los cientos de zapatos sin nadie, y muchas gracias, disculpe, ¿me podría regalar un poco más de azúcar? Y una tapa. Se me hace tarde para el desayuno.
Me merezco esos chilaquiles, aunque sean con totopos horneados, no creo que se note en la fiesta, y mañana que vuelva pediré el café tamaño grande, y esa concha de vainilla que no dejaba de verme, y no olvides ir a pagar la luz, y de paso checar la cartelera del cine, y por dónde viene mi pedido de Temu, y pensar qué comeré hoy en la oficina, y a cuánta gente le gustará la foto de mi desayuno cuando la suba a redes, y cuál será el plan del fin de semana, y qué pasó ayer en la casa de los famosos, y la junta de las 11 y la clase de yoga, y no sería mala idea que el próximo sábado adopte un ajolote...