Veracruz | 2022-01-18 | Armando Guerra
Luego del norte, otro norte para mediados de semana, faltaba más. En el inter, más de 170 mil trabajadores del sector educativo recibirán el refuerzo correspondiente –gran palabra— para así combatir frontalmente al Ómicron, la agresiva variante que, dicen los que saben y los que no, que son los más, que no mata, “nomás taranta”. El problema es que la tarantazón puede llevarse a la tumba fría a más de uno, una y une. Ya se sabe que esta columna es incluyente. ¿Recuerdan ustedes que hubo una vez una cantina llamada La Tumba Fría? Si dijeron sí, son población de riesgo.
Los que parece se ponen las pilas en materia de salud son los alcaldes y alcaldesas que en plena luna de miel con los ciudadanos –cualquier cosa que en política eso signifique— han decidido, lo mismo en Orizaba que en Veracruz, que el cubrebocas será de uso obligatorio en oficinas municipales, transporte y vía públicas y que para el caso de plazas comerciales asentadas en la jurisdicción municipal, el aforo se reducirá de manera importante.
Es de esperarse que la alcaldesa de Veracruz no solo se haya asesorado por expertos en salud; ojalá los abogados cercanos a la presidenta hayan procedido a reformar el bando de policía y buen gobierno del municipio y el cabildo tenga a bien aprobarla –previa planchadita del tema, nada más— y se concreticen las sanciones pecuniarias o los arrestos administrativos pertinentes. Si la primera autoridad de contacto del ciudadano es, en este caso, la alcaldesa Lobeira Fernández, resulta interesante que esta medida sanitaria se aplique a la voz de ya en esta heroica ciudad.
Cumplió años ayer Luis Echeverría Álvarez (LEA), presidente de México de 1970 a 1976. A finales de su gestión locuaz y desaforada, el peso dio un brinco fenomenal y pasó de 12.50 por dólar, a cantidades exponenciales por años y años. Se le recuerda como autor intelectual de la masacre en la plaza de las tres culturas en octubre de 1968 en su calidad de secretario de gobernación del entonces presidente don Gustavo Díaz Ordaz y como jefe supremo de un grupo paramilitar –Los Halcones-- que en 1971 atacó una marcha pacífica con varas de bambú y golpes de karate además de balazos, muchos balazos.
Tiempos de plomo los setentas con don Luis que, ¡ay Dios!, ¿a quién se parecerá?, pensó ser líder del tercer mundo, premio nobel de la paz o secretario general de la ONU, por lo menos; pensó en reelegirse –dicen— y las malas lenguas hablaban de un golpe de mano el 20 de noviembre de 1976. Como todos los obsesos de poder, intentó fundar un maximato y fracasó. Plumas y plumines oportunistas como sus mentores políticos, prefieren loarlo a evidenciar sus tropelías. Se colgaba los éxitos, pero con los difuntos cargaron y cargan las memorias, nada impolutas por cierto, de don Gustavo Díaz Ordaz y don Alfonso Martínez Domínguez. ¡Ah la desmemoria!
“La Historia –dice James Joyce— es una pesadilla de la que intento despertar”.