Veracruz | 2023-10-23
Todos morimos, todos vamos a morir, tarde que temprano llegará ese momento en el cual nuestras funciones vitales dejarán de funcionar y nuestro cuerpo será un cadáver y comenzará la fase natural de descomposición, de tal manera que en esta vida y como cantara Luis Eduardo Aute: "solo morir permanece como la más inmutable razón".
En el culto a los muertos, no hay ningún país en el mundo que les otorgue un significado tan trascendental como el nuestro. Más allá del mito de que las almas retornan a convivir con los vivos, es el sincretismo de esta festividad lo que ha logrado trascender desde tiempos prehispánicos, donde la muerte significaba un paso a otra vida, por ello las festividades de día de muertos son una especie de celebraciones mágico-religiosas, heredadas de nuestros ancestros y que se han trasmitido por generaciones hasta nuestros días.
Se trata de una de las festividades más importantes en historia, cultura y religiosidad para la población. Como dijera Unamuno, somos esos pobres animales que almacenan a sus muertos, donde al parecer prevalecen las ansias de no morir y en donde incluso "han vencido a los siglos por su fortaleza las casas de los muertos, no la de los vivos; no las moradas de paso, sino las de queda". Y no solo los guardamos, sino que también lloramos con amargo dolor su partida, pero cada 1 y 2 de noviembre intentamos convertirla en una gran conmemoración.
Sin embargo, al margen de las creencias religiosas que plantean la fe en un alma inmortal y una vida en el más allá –que a decir de Schopenhauer es un signo de que el mundo presente no vale gran cosa- ¿Qué tanto reflexionamos los mexicanos sobre la muerte? ¿estamos preparados para ese momento que inevitablemente llegará?
De acuerdo a datos del INEGI, sólo uno de cada quinientos mexicanos cuenta con un testamento. Después de la pandemia del COVID 19 destacó una información que señalaba que el 94% de los muertos por esa enfermedad no contaban con un testamento, lo que de suyo implicó saturar los tribunales para resolver los juicios intestamentarios.
Este botón de muestra nos indica que somos proclives a procrastinar un evento que necesariamente va a llegar, sin embargo, nos embriagamos, comemos en exceso, aceleramos, fumamos, realizamos deportes extremos o somos adictos a la adrenalina conviviendo inconscientemente con la muerte. O la inversa, nos cuidamos, hacemos ejercicio, respetamos el reglamento de tránsito, somos abstemios, comemos frutas y verduras, cuidamos nuestro peso, rezamos, vamos al médico; aun así, no habrá una segunda oportunidad.
En la sociedad del hiperconsumo, hay toda una industria que se aprovecha muy bien del temor a la muerte que genera enormes dividendos económicos e incluso políticos: los fabricantes de armas, los cirujanos estéticos, la cosmetología, los alimentos, las religiones alternativas del coaching y la autoayuda, el veganismo, las terapias alternativas, las farmacéuticas o los sistemas de vigilancia, todos éstos coexisten como paliativos que intentan conjurar o prolongar nuestro miedo al paso del tiempo buscando hacer un poco más permanente o llevadera la estancia en esta vida.
Aun así, tenemos la enorme capacidad de remontar el miedo a la muerte con el placer de vivir. En nuestro país el miedo a la muerte se remonta en coloridas ofrendas, las tradicionales calaveritas, en canciones, chistes o en un rico pan de muerto. Altares, ofrendas, catrinas y flores adornan casas, panteones, mercados, escuelas, comercios y plazas para recordar que cada año regresan del Mictlán nuestros muertos, contrastando así en cultura y tradición con esa influencia pagana de las fiestas de Halloween o desfiles tipo película de James Bond.
Por eso la mejor manera de honrar la memoria de nuestros muertos es con la plena capacidad de vivir el presente, sin temores metafísicos y de manera epicúrea haciendo dichosa la mortalidad de esta única vida, porque "mientras existimos la muerte no es, y cuando la muerte se hace presente, nosotros ya no somos".