Coatzacoalcos | 2023-09-14
Era la época del rock y los hippies, como dicen los Eagles en su canción: "Hotel California". Corría el año 1969 cuando a media mañana de un día cualquiera del calendario escolar y época de estiaje en el puerto de Coatzacoalcos, Veracruz; una mancha de uniformes caqui subía por la avenida "16 de septiembre".
Las horas libres escolares habían propiciado una migración hacia la playa, similar a la arribazón de "peces sierras" que por esas fechas llegaban a la costa para ser atrapadas con grampín por pescadores que las esperaban, quietos como estatuas de arena sobre las piedras de las escolleras.
Así era nuestro grupo de alumnos de la secundaria y preparatoria Miguel Alemán González, una mancha de peces buscando la orilla del mar.
Cuando llegábamos a la calle que justifica plenamente su nombre, "Bellavista", y agobiados por la surada que con su mano caliente nos empujaba a acelerar el paso, nos convertíamos en una parvada de ruidosas gaviotas desprendiéndose del acantilado.
La vista del mar nos animaba ¡Ahí está!, ¡Es una albercota!, ¡Está a toda madr!, ¡Pu** el que se raje!
Aunque yo iniciaba mis lecciones de natación y algunas miradas de los amigos se dirigían hacia mí, nunca lo tomé como eso que ahora llaman bullying, mucho menos pensé acusarlos con mi santa madre, sabía que me llevaría una chinga por escaparme a la playa en horas de clases y la banda me desterraría de sus fabulosas aventuras, así que, como iguana que se revuelve ante la amenaza, inflaba el pecho y decía "no seré yo, mejor vigilen al gordo que la última vez se rajó en Cuauhtémoc".
Llegando a la calle Juventino Rosas, disminuíamos el paso para otear el mar, la brisa fresca traía promesas de nuevas y marinas correrías.
Entonces acelerábamos el paso, había que atravesar la barrera de tierra hirviendo cuidando que los zapatos no se llenaran de arena, prueba irrefutable del delito para el temido y respetado "Mini", prefecto de la Miguel Alemán.
Enseguida pasábamos por la hilera de enramadas que a esa hora y entre semana lucían vacías y abandonadas, otra vez arena caliente y entonces la orilla firme donde el mar con sus olas acaricia la tierra, la alegría estallaba en gritos, carcajadas y una última carrera hacia las escolleras.