Veracruz | 2022-10-27
El filósofo Karl Popper, a modo de legado, testó lo que puede considerarse como un principio normativo -fundamental- para todo aquel que esté interesado por el conocimiento y la investigación: toda teoría científica no es definitiva, ya que en su afán por llegar a la verdad deberá someterse de manera constante a la prueba y refutación. Solo a través del ensayo y el error -formulación de conjeturas y su posterior refutación-, el investigador podrá aproximarse a una verdad que nunca será absoluta.
Una verdad, imperfectible, como aquella que ha podido conocer todo aquel que se considere partidario del pensamiento económico liberal. Una verdad, articulada por el liberalismo, cuya conjetura postulaba que el libre mercado, la libre competencia y la poca (o nula) intervención estatal promoverían la eficiencia productiva, la correcta división del trabajo, el bienestar, y con ello -finalmente- un mundo más seguro y libre de toda violencia.
Estando próximos a capitular el primer cuarto del siglo XXI, podemos decir que la conjetura liberal: "democracia librecambista = pacifismo" está finalmente aprisionada por un conglomerado de acontecimientos que parecen querer refutar el contenido de esta idealista aseveración.
La paz, ya no puede considerarse como un atributo que es inherente a la apertura de los mercados. Ahora, son los mercados quienes otorgan los recursos necesarios para que un Estado tenga la capacidad de inclinar la balanza a su favor, en el momento que su seguridad se encuentre en peligro.
Con el libre mercado, China no logró desarrollar esa virtud democrática que la conduciría a la apertura e inclusión social, como en su momento el liberalismo lo pronosticó. Por lo contrario, China posee hoy, gracias a la integración de los mercados y de sus múltiples instrumentos para la generación de riqueza, de un poder central -incontestable- cuyos recursos, le han permitido ejercer una mayor autoridad estatal (tanto dentro como fuera de su territorio).
Para China, la interdependencia económica, promovida por el libre mercado, solo ha sido una importante fuente de recursos de poder que le han permitido convertirse en el más poderoso y peligroso adversario -económico y militar- de los Estados Unidos.
Una posición sumamente ventajosa para la China comunista (dentro de la economía internacional), que ha propiciado que los Estados Unidos finalmente se decanten, de manera pública y abierta, por un enfoque estratégico que hace de la interdependencia económica un recurso de poder -más- a disposición del Estado. El tradicional enfoque pacífico-idealista con el que se estudiaba a los mercados, parece estar llegando finalmente a su colofón; por lo menos, desde la óptica de Washington.
Bajo este espectro (estratégico) es como quizás podamos entender, con mayor claridad, por qué el pasado 7 de octubre, Biden hizo pública su nueva política de control para las exportaciones de microprocesadores e inteligencia artificial, destinadas al mercado chino. Una política contraria a los principios del libre mercado que, para la China de Xi Jinping, representa el más contundente golpe estratégico que ha sufrido en los últimos años.
En este espacio abordamos esta nueva etapa de confrontación (estratégica) entre China y los Estados Unidos. Un enfrentamiento, con un alto contenido de provocación, que ha elegido como campo de batalla el amplio -y muchas veces difuso- esquema de integración económica, conformado por las cadenas globales de valor; y como arma, el petróleo del siglo XXI (los microprocesadores). El idealismo liberal, enfrenta una nueva etapa de refutación.
En el año 2019 los catedráticos Henry Farrell y Abraham L. Newman publicaron el ensayo titulado: "Weaponized Interdependence, How Global Economic Networks Shape State Coercion". En este documento, los autores nos detallan la manera en que las cadenas globales de valor (producción geográficamente fragmentada), se han transformado en un activo de carácter geoestratégico con la capacidad de aumentar o disminuir la seguridad de los Estados.
"Las cadenas globales de valor tienen consecuencias para la seguridad, ya que estas (cadenas) incrementan la interdependencia de unos Estados que antes eran relativamente autónomos" (Farrell y L. Newman, 2019, p. 43).
Haciendo uso de un marco teórico conceptual que fluye de la interdependencia compleja al neorrealismo, estos autores nos presentan una estructura de la producción económica mundial que se compone por una red de nodos productivos (centros de producción); interconectados entre sí. Para controlar o albergar estos nodos, los Estados (sus economías) tienen que participar, necesariamente, en alguna de las etapas de la producción mundial (participar en las cadenas globales de valor).
Aquel Estado que sea poseedor de los nodos con un mayor grado de interconexión a la red nodal, tendrá la facilidad para hacer de la estructura productiva mundial un arma letal, ¿cómo? Restringiendo el acceso, que pueda tener determinado Estado, a los recursos y bienes que son distribuidos a través de esa misma red nodal. Es importante destacar, que el control de estos nodos no depende del poder económico y militar que poseen los Estados; finalmente cada nodo, según el ramo, se encuentra distribuido en diferentes partes del mundo por razones estrictamente económicas (economías de escala y capital humano).
Farrell y L. Newman finalmente nos dicen que para controlar la mayor cantidad de nodos, dentro de una estructura productiva, un Estado interesado en adquirir mayor poder, necesitará ser poseedor de normas e instituciones con las que pueda coordinar u obligar la cooperación dinámica de los nodos restantes (a los que este posee). Podemos entender esto, estudiando el caso del mercado mundial de microprocesadores.
La producción mundial de microprocesadores (dispositivo con el que funciona desde un teléfono móvil hasta el misil dirigido más avanzado) se compone por una gran cantidad de nodos productivos que se encuentran distribuidos por todo el mundo. El 92% de los microprocesadores, más avanzados del mundo, están ensamblados en Taiwán, lo que quiere decir que Taiwán es poseedor de un nodo productivo altamente interconectado. No obstante, la labor de diseño industrial, elaboración de micro componentes, micro sellado y micro grabado está distribuida por todo el mundo.
Estados Unidos, Reino Unido, Países Bajos y Japón, principalmente, son los poseedores de los otros nodos productivos que componen la producción mundial de microprocesadores. No se requiere de una mayor explicación para entender que Estados Unidos, a través de sus normas e instituciones, cuenta con el beneplácito de todos estos países, particularmente de Taiwán, para controlar toda la red nodal que da estructura a esta cadena global de valor. En el campo de microprocesadores, Estados Unidos, ha transformado su cadena global productiva en una poderosa arma que, en adelante, será utilizada en contra de China.
China, finalmente, parece estar próxima a enfrentar una guerra de escala global. El pasado 7 de octubre, el Departamento de Comercio de los Estados Unidos hizo público un nuevo paquete de restricciones comerciales, destinado a impedir que China pueda adquirir microprocesadores de alta gama, e inteligencia artificial, que contengan el mínimo porcentaje de valor agregado estadounidense (ya sea en el diseño, uso de su tecnología, así como de capital físico y humano). El mercado de microprocesadores es de los pocos bienes que China aún no ha podido desarrollar, con eficiencia, dentro de su mercado nacional. Ver: https://www.bis.doc.gov/index.php/documents/about-bis/newsroom/press-releases/3158-2022-10-07-bis-press-release-advanced-computing-and-semiconductor-manufacturing-controls-final/file
Lo anterior, quiere decir que, por los próximos años, China se verá imposibilitada a seguir desarrollando una tecnología militar y de seguridad con la que pueda seguir atemorizando a toda su región. En consecuencia, Xi Jinping tendrá que poner en pausa, a toda una ascendente carrera científica con la que en los últimos años ha podido desafiar el poderío tecnológico norteamericano.
Estados Unidos ha iniciado una agresiva ofensiva comercial, y su campo de batalla es el mercado global de la inteligencia artificial. Una guerra comercial que, a diferencia de aquella que fue declarada por la administración de Donald Trump, (esta) tiene la capacidad de finalmente poner de rodillas a Beijing; si no actúa rápidamente de manera audaz.
Teniendo como armamento: el control de los nodos productivos tecnológicos, con mayor interconexión global, y como campo de batalla: unas cadenas globales de valor, que han dejado de ser pacíficas, Washington parece estar dando inicio a una auténtica guerra mundial; comercial.
Esperemos a ver, cómo responde el adversario.
José Manuel Melo Moya.