| 2024-12-22
En la actualidad, la comunicación política es vital en el quehacer público. Los candidatos, partidos y gobiernos que no lo entiendan o que no le quieran dar la importancia debida estarán más lejos del objetivo de persuadir, informar, movilizar e influir en el ánimo social (indispensable para cualquier proyecto político), lo que a su vez tiene marcadas repercusiones en la percepción y en la legitimidad de un movimiento o aspiración.
Cuando hablamos de comunicación política, existen diversas acepciones, desde aquellas que la definen como la relación entre la ciencia política con los medios de comunicación (considerando la explosión de las TIC que se ha registrado en los últimos años); hasta el arte de construir vínculos entre el orador y los oyentes; los candidatos y los votantes; los representantes y los representados. Sin exagerar, la comunicación política tiene un papel crucial en la cosa pública.
Para poder clasificar la forma de ejecutarla, podemos ubicarnos en cuatro grandes escenarios posibles (de los que habrá tantos supuestos como variables se incorporen a la ecuación). 1. Hay quienes hacen poco, comunican mal y son grises; 2. Hay quienes hacen poco, comunican bien y en algunos casos pueden destacar; 3. Hay quienes hacen mucho, comunican mal y pueden quedar en el olvido; y 4. Hay quienes hacen mucho, comunican bien y estarán más cerca de impactar en la opinión pública.
Las hipótesis planteadas permiten advertir que no es suficiente cumplir con el mandato popular, sino que también es necesario e indispensable informar de forma correcta para que el puente de identidad entre candidato y votante; o representante y representado, trascienda más allá de las urnas y, más importante aún, para que las propuestas puedan aterrizar en la realidad cotidiana de la población, que al final de cuentas es lo que le interesa al soberano. En esta lógica, quienes desempeñan un cargo o comisión pública tendrían que buscar llegar al cuarto escenario.
Cuando eso ocurre, se inspira confianza y esperanza porque la fórmula arcaica de lo rimbombante y la parafernalia quedó superada por el dinamismo de la comunicación política actual (incluso los discursos con esa estructura regularmente son objeto de parodias y mofa). En consecuencia, quien no entienda que los discursos políticos han evolucionado, seguramente estará en la sombra a la cual condena la comodidad de los espacios comunes.
La ciudadanía está cansada de los discursos acartonados, tediosos e insípidos, ahora lo que espera y lo que realmente puede llegar a conectar es una pieza discursiva bien articulada, consistente y con alma (que sea capaz de atrapar, brillar y conquistar) en la que los oyentes sean involucrados con historias que apelen a las emociones y al mismo tiempo expongan soluciones viables a las preocupaciones, exigencias e inquietudes más sentidas de la población.
Si los discursos además son dichos con naturalidad y franqueza (se deben exaltar las cualidades del orador y nunca tratar de adjudicarle otras, por más tentador que sea), se habrá salido de la zona de confort en la que se habían instalado los políticos tradicionales y se estará más cerca de comunicar de manera efectiva. A manera de reflexión final, la realidad social, económica, política y jurídica de la República, exige discursos políticos que tengan como premisa que comunicar bien es un arte que se debe tejer con hilos finos y con todo cuidado.
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*Asesor en materia legislativa y consultor político.
Licenciado en Derecho, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Maestro en Ciencia Política, Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).
Maestro en Derecho Electoral, Escuela Judicial Electoral (EJE) del Tribunal Electoral del
Poder Judicial de la Federación (TEPJF).