El reloj marcaba las 12:30 del día, era el jueves 22 de mayo de 1986, una retroexcavadora realizaba trabajos de rehabilitación de un camino de terracería, hoy conocido como la calle López Mateos de la colonia Gustavo Díaz Ordaz.
Esa misma fecha celebraban un aniversario más de la fundación de la colonia, quizá eran 50 años del nacimiento de dicha mancha urbana, como tal, no hay un dato especifico.
Aunque algunos vecinos advirtieron al operador de la maquina respecto a la presencia de un ducto proveniente de Salina Cruz que conectaba con Minatitlán, en sus dos grandes refinerías, lo que, transportaba gas licuado, sin que éste tomara las medidas necesarias.
Con todo y la petición de tomar precaución, las sugerencias que venían de la voz de aquellos fundadores de la Ordaz fueron ignoradas. En un abrir y cerrar de ojos, se observó lo que describen como un “hongo blanco” que invadió lo que hoy es un campo de futbol.
El maquinista había “raspado” con la cuchilla al temido ducto de Petróleos Mexicanos (PEMEX), logrando provocar una inmensa fuga que, en segundos, se extendió a unos 100 metros a la redonda llegando lo inevitable; una explosión cimbró a los alrededores aquel jueves 22 de mayo.
Poco antes del estallido, el operador de la máquina corrió para salvar su vida, no así, un empleado de una empresa dedicada a la elaboración de escobas que se quedó hasta antes de que el fuego lo envolviera, logrando bajar las cortinas del negocio familiar, en busca de evitar un saqueo, o lo que pensó, sería el incendio del inmueble.
A unos metros de él, una estudiante de secundaria, de unos 14 años, salía con una toalla envuelta en la cabeza posterior a bañarse, previo a partir a la secundaria. Ambos fueron alcanzados por la inmensa capa de fuego que consumió más de 10 casas.
“El muchacho quedó consiente en lugar, pedía que le aventaran una piedra para que se muriera, no aguantaba el dolor”, recordó una de las sobrevivientes de aquella tragedia.
Ambos pacientes fueron trasladados a hospitales de la zona, él falleció al tercer día, mientras que ella resistió una semana.
A casi cuatro décadas de distancia, el número de historias que narran los vecinos, siguen erizando la piel, recordándose la historia de aquella mujer que en cada oportunidad contaba como escapó del lugar junto a una biblia que guardó en una bolsa de plástico, cuyo contenedor se quemó, sin que al “sagrado libro” y a ella le pasara nada.
No todos coincidieron en brindar una entrevista formal al reportero, contrario a Rogelio Jiménez, hombre que, en el 86, era obrero del Complejo Petroquímico Morelos, recibiendo el aviso de lo que estaba ocurriendo en los alrededores de su casa, en la que en ese momento se encontraba su esposa e hijos.
“Me vine pidiendo “aventones” y todo, cuando estaba subiendo por el puente de la “Ica”, vimos la magnitud del incendio que era atrás de mi casa; en ese tiempo mis hijos estaban chiquitos, era la hora de la comida, mi esposa estaba con ellos comiendo”, recordó el hoy comerciante.
El entrevistado registró en aquel entonces que se trataba de una línea de 10 pulgadas de gas, según supo, el ducto estaba fuera de operación en esa fecha.
“Se hizo el hongo de gas, donde encontró una “flama” se dio la explosión, entonces como 10 casas se quemaron, otras más que tuvieron daños colaterales”.
Rogelio Jiménez citó el caso de las víctimas mortales, siendo la adolescente a la que recordó como integrante de una familia humilde, la cual salía del baño edificado en el patio de su morada, recibiendo el “flamazo” que le costó la vida siete días después.
“Él era un muchacho que trabajaba en la fábrica de escobas, que estaba lleno de plásticos, ahí me cuentan que él bajó las cortinas, y que ya la flama no alcanzó a agarrar la fábrica, si eso hubiera agarrado lumbre hubiera sido más la desgracia”, narró el testigo del acontecimiento.
TRES DÍAS TARDÓ EL INCENDIO
Del jueves al sábado, fueron los días que el ducto estuvo emanando gas licuado, alcanzando una altura promedio a los 80 metros, según cuentan otros sobrevivientes que prefirieron el anonimato.
Pero hasta el lunes 26 de mayo, unas 100 familias regresaron a sus hogares luego de ser evacuados de emergencia de lo que describen, parecía una “zona de guerra”.
“La retroexcavadora se derritió, ahí quedaron los restos por muchos años, ya después se formalizó el camino mediante la rampa que conocemos hoy, precisamente para evitar cualquier otra desgracia”, compartió otro de los habitantes.
Luego del recuento de los daños, Pemex accedió a responder por las pérdidas materiales, llegando la reubicación para unos, y la indemnización para otros. Aunque nada de esto, cambió el panorama desolador que dejó la muerte.
Para 1989, un día antes del tercer año después de la desgracia, con la herida fresca por lo que había ocurrido, se dio una nueva fuga en ese mismo ducto, precisamente el 21 de mayo, lo que despertó el dolor y angustia por lo documentado tiempo atrás.
Irónicamente, 35 años después, el 21 de mayo de 2024 se registró otra fuga en el mismo radio de la mega explosión, lo que a punto estuvo de costar la evacuación de familias de los alrededores.
Coinciden los pobladores que previo a la explosión que marcó un antes y un después en la Díaz Ordaz, tuvieron la última magna feria con la que festejaban la fundación del lugar.
Recinto que albergaba a cientos de familias que llegaron a disfrutar de los juegos mecánicos e incluso de la música del gran “Chico-Che”, tradición que se perdió, en medio de aquella tarde del jueves 22 de mayo del 86.
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