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Andrés logró salir del "abismo de las adicciones", una niñez colapsada por las drogas

Encontró a una nueva familia, a quien llama padrinos, luego de escapar de las garras de las adicciones que ‘roban’ las almas

Agua Dulce Ver. | 2023-09-03 | Miguel Ángel Rodríguez Compartir FacebookCompartir TwitterCompartir WhatsappCompartir Telegram
Andrés logró salir del abismo de las adicciones, una niñez colapsada por las drogas
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Desde muy temprano, el llanto de un niño no cesa, tiene hambre porque el día anterior no cenó, ni tampoco comió, apenas se logra escuchar que pide de comer por la estruendosa música de banda que retumba en los vidrios de la vivienda olorosa a orines, cerveza derramada y el olor a cigarro sin filtro.

En medio del choque de los vasos de vidrios por el brindis y las exageradas risas que descubren hasta el paladar de quienes festejan; ahí apareceré el cuerpo casi cadavérico de Andrés, él es un niño de seis años que tiene bajo peso, se pueden contar con claridad sus costillas al adherirse la piel a sus huesos, con ojos medios abiertos y hundidos busca a su madre en medio del festejo y el bullicio. Como no la escucha, sus pequeñitas manos las sacude intensamente para llamar la atención, pero ella lo ignora, prefiere levantar el vaso lleno de cerveza que coloca en medio de sus labios ya despintados y toma profundamente el líquido como si en ese trago dependiera su vida y termina hasta que la espuma se adhiere a la comisura.

La música fuerte continúa, un hombre agarra a Andresito con una mano y con la otra sostiene firme la una cerveza y obliga al menor a tomar, el niño se opone pero el adulto toma al menor como si fuera un bebe, lo recuesta en sus piernas y toma la botella como mamila, ahí, ya no hay resistencia y el menor toma de trago el líquido amargo que no le gusta por lo que frunce el ceño, expresión que causa risa entre los grandes y vienen las carcajadas sin control como cuando la espuma rebosa el vaso, mientras las bocinas tiemblan con el clarinete, tuba y trombón con la canción del El Aferrado de Julión Álvarez. 

En medio de las ‘sombras’ que provocan la adicción y el abandono, la vida de Andrésito surge como un testimonio conmovedor, comenzó a alcoholizarse y a drogarse en su infancia, marcado por la influencia de su madre y los amigos de ella. 

A los seis años inició en el alcoholismo, en su hogar la cerveza se convirtió en una presencia constante, el ‘néctar amargo’ que nunca debió haber conocido. 

A los ocho años, el niño ya había desarrollado un gusto por la bebida, robando sorbos de vasos ajenos o bebiendo directamente de las botellas como un acto de rebelión infantil.

Su madre, también enferma alcohólica, pasó en su vida como ‘fantasma’ de poca ayuda pero con los peores terrores que dejó huella en su piel, las cuales se cuenta en cada cicatriz y herida, mientras que a su padre no lo conoce; solo sabe de él que también es alcohólico, porque él desapareció en la oscuridad del abandono.

La casa se transformó en un sitio de tortura, las fichas de cerveza se acumulaban como testigos de un castigo eterno en la memoria; Andresito era forzado a arrodillarse sobre ellas durante horas.

Al convertirse su hogar en un ‘infierno’, no tuvo más opción que huir y encontró refugio en lo que se conoce como el ‘escuadrón de la muerte’, en este grupo de almas perdidas y enfermas, el niño se hundió aún más en el fango de las adicciones.

Los compañeros del ‘escuadrón’ donde pensó que encontrarían apoyo, lo indujeron al mundo de las drogas e incluso a robar.

A pesar que al principio se resistió, su dolor y angustia que llenaba en su vida lo llevaron a buscar consuelo en las metanfetaminas.

Lo que comenzó como un escape pronto se convirtió en su propia destrucción, el niño antes que cumpliera 10 años, comenzó a fumar cigarrillos, inhaló resistol y finalmente, en la cocaína en piedra.

Después de seis años en el ‘abismo de las adicciones’, Andresito encontró un rayo de esperanza a los 14 años, llegó al Centro de Rehabilitación Ave Fénix, Buena Voluntad, en este lugar, el cuidado y la comprensión, conoció el amor y la atención de los padrinos que se convirtieron en su familia. Este cuidado se convirtió en la mejor de sus terapias, la más efectiva contra los ‘demonios’ en forma de líquido amargo y humo con silueta en calavera consumió su vida.

El camino de la recuperación no fue sencillo, en los primeros días, la ansiedad lo arrastró de volver a los rincones oscuros donde conoció la droga, pero la decisión de regresar al centro de rehabilitación marcó el día que ‘toco fondo’ y rechazó todo lo dañino en su vida.

El 23 de julio, Andrés comenzó a reconstruir su vida, sigue luchando contra sus las ‘garras’ que consumen almas, con la certeza de que hay un camino de luz, a sus 14 años, ha encontrado una nueva familia a quien llama padrinos y compañeros de recuperación. 

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