Si buscas algo rápido y fácil de comer cuando andas por las calles de Veracruz o Boca del Río, seguro piensas en un volován.
Es el desayuno típico de todo jarocho por lo asequible y práctico de consumir mientras manejas, vas en el transporte público, caminando o frente a la computadora en el trabajo.
Los encuentras en cada esquina del centro, afuera de oficinas de gobierno, hospitales, playas y hasta en locales establecidos. Sin embargo, hay uno en el que todos piensan cuando se trata de recomendar por su sabor y tamaño.
Éstos son los de la esquina de la avenida Independencia y la calle Mariano Arista, en pleno Centro Histórico de Veracruz.
De oficio electricista don Fermín Mendoza González lleva 32 años acudiendo a este lugar con sus canastas de mimbre repletas de volovanes de jamón con queso Philadelphia, jamón con queso y chorizo, jamón con queso y tocino, pollo, jaiba, atún y otras variedades.
Con 71 años, don Fermín ha dedicado casi la mitad de su vida a la elaboración y venta de volovanes, oficio al que llegó por necesidad tras tener problemas en un oído.
Trabajó en la Junta Federal de Mejoras Materiales donde por varios años dio mantenimiento a pozos de agua potable y las plantas de tratamiento de aguas negras, vestía los postes, ponía los aparta rayos y montaba los transformadores.
“Mi oficio es electricista pero tuve problemas de un oído y me daban vértigos, yo me desplomaba, tuve miedo de caerme de alguna altura, había que subirse a los postes y cosas así.
“Entonces me tuve que dedicar a otra cosa que no fuera la electricidad y ahora menos me puedo dedicar por el marcapasos”, cuenta con una sonrisa mientras entrega cambio a clientes.
Con una esposa y una hija que mantener, invirtió lo de su liquidación en mercancía, vendía ropa y peltre en la calle. Tras tres años andar así, él y su mujer tuvieron la idea de vender volovanes, comida típica del puerto de Veracruz elaborada a base de masa de hojaldre.
Sin saberlos elaborar, el primer año los compraba en una panadería y revendía, después hizo su horno y aprendió a elaborarlos.
“Aprender no es difícil, es el trabajo que implica, a parte si tú quieres vender bien tienes que meter calidad, hacer buenas pastas, las comidas –guiso con que se rellena el volován- yo siempre les recomiendo que las guisen, sobre todo el sazón porque aparte yo sé guisar. Gracias a Dios tengo buen sazón para guisar”.
Actualmente, por problemas del corazón, no puede hacer mucho esfuerzo, por lo que la elaboración de la pasta y guisos están a cargo de un panadero, una cocinera, así como otras dos empleadas que realizan la limpieza y quien despacha. Él se encarga de supervisar sazón.
El proceso de elaboración inicia desde temprano con su hija quien prende el horno, después llega el panadero para hacer las pastas y la cocinera elabora los guisos, una vez acabado de hornear se acomoda el volován.
Por cuestiones de salud, su esposa Adriana quien vendió por 15 años en esta esquina mientras él estaba con otra canasta en las afueras del penal Allende, ya no acude.
Ahora don Fermín y una empleada que se encargan de despachar en promedio 350 a 400 volovanes al día de lunes a sábado.
El tamaño, la variedad en rellenos y la sazón han sido la clave para llevar 32 años en esta misma esquina, refiere don Fermín.
“Cuando yo empecé nada más vendían volovanes de jamón, piña, jaiba y camarón, era lo que se vendía, entonces nosotros quisimos hacer más variedad y empezamos a hacer de pollo, frijoles con chorizo.
“El chiste es que esto va guisado, en otras panaderías todo lo pican, lo desmenuzan pero lo echan en crudo que sí se coce porque el volován necesita mucha temperatura pero no es lo mismo una cosa guisada a otra así”, opinó.
Aunque hoy en día hay una franquicia que vende este alimento, rechaza que ello sea competencia.
“Dios es grande y da para todos y yo gracias a Dios ya tengo mi clientela”.
De este oficio ha sacado a su familia adelante, sus dos hijas se graduaron de la universidad y trabajan.
Las redes sociales y reportajes en diversos medios de comunicación han ayudado a que personas de otros estados e incluso del extranjero acudan a probar sus volovanes cuando visitan el puerto.
Esto le ha ayudado a “levantar” su negocio tras la crisis que empezó por la falta de gente en el Centro Histórico y se agudizó con la pandemia cuando cerró por cuatro meses.
“Hace tres años ya no había gente por el centro, apenas empezaba a venir gente pero las ventas no estaban buenas”.
La escalada de precios en los insumos también son golpean la economía de don Fermín al mencionar que hasta hace poco compraba el bulto de harina a 450 pesos y hoy llega a casi 600 pesos.
“Con la pandemia subió todo pero ahorita con lo de la guerra empezó a subir más, hace como 15, 20 días me subieron 120 pesos el bulto de harina de a golpe, todo está carísimo”.
Pese a esto, no prevé un aumento al precio del volován y mantendrá a 25 pesos el chico y a 35 pesos el grande, pues admite tiene una clientela que conservar y mientras pueda aun costear los gastos seguirá así.
De lunes a sábado de 9:00 a 13:00 horas, dependiendo de cómo vaya la venta, don Fermín está en esta esquina con sus canastas de mimbre llueva o haya norte.
Comenta el propietario del edificio donde se encuentra guareciéndose del sol o lluvia le da permiso de entrar ya que paga una renta adicional al permiso al ayuntamiento.
El olor de sus volovanes atrae a transeúntes y clientes que llegan en vehículos o moto, que hacen fila para llevar su desayuno, donde los de jamón son los más cotizados por los jarochos.
/pn
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