Una anécdota del señor Juárez con un peluquero de Guadalajara, en 1858, cuando al salir una mañana del Palacio de Gobierno, donde estaba hospedado, atravesó la Plaza de Armas y entró a una peluquería ubicada en el portal frontero, para que le hicieran un corte de pelo. Cabe señalar que el Presidente iba solo, como siempre, no traía escolta (en plena Guerra de Reforma), y al llegar a la peluquería esperó su turno y se sentó colocando el sombrero en la silla de junto.
— «El sombrero se pone en el clavijero», le dijo de mala gana el peluquero, que al verlo chaparrito y prieto ni idea tenía de quién era.
Don Benito tomó su sombrero y lo colocó donde le dijeron, pero al rato llegaron sus colaboradores, que ya lo andaban buscando: «Señor Presidente, ya nos tenía usted preocupados por su ausencia». Al darse cuenta el fígaro que su cliente no era otro que el Presidente Juárez, se deshacía en disculpas.
–«No se disculpe amigo, el presidente es el primero que debe respetar el sitio donde se encuentre», respondió.
Realmente era don Benito un gobernante excepcional.
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