Esta semana se darán a conocer los nuevos resultados de la evolución de la pobreza en México, con un corte al año 2022.
Por los resultados del INEGI publicados hace unos días, ya podemos intuir lo que vendrá.
Habrá noticias buenas y malas. También, lecciones que gusten y otras que no.
Las buenas: la pobreza por ingreso bajará y lo hará de manera notable. Las malas: la gente gana más, pero aún de manera insuficiente y, peor, se registra un deterioro brutal en salud y en educación.
Lecciones: el gran éxito en política pública de este sexenio habrá sido la política laboral. La social deja mucho que desear y debe repensarse.
Quizá la lección más importante: si los resultados lo corroboran, y millones salen de la pobreza gracias a que creció su ingreso, se confirma la tesis de las oposiciones más sensatas y progresistas: la mejor forma de sacar a millones de la pobreza es generando empleo formal bien pagado.
Eso, con todo, es condición necesaria, pero insuficiente, para generar bienestar en los hogares: la política social debe dar aliento a ese esfuerzo garantizando que la gente coma, esté sana y se eduque.
Vamos al fondo.
Hasta hoy, sabemos que este sexenio generó 4 millones de nuevos pobres. Si ese rezago se abate o se supera, serán buenas noticias. ¿Cómo se logró? No se logró por los programas sociales, ayudan pero no alivian, sino por tres factores: mejores salarios, reactivación y formalización del empleo y remesas.
El aumento a los salarios mínimos ha ayudado a millones de familias a recuperar su bienestar.
Según Gerardo Esquivel, el poder adquisitivo del salario mínimo creció en 90% en términos reales en estos años. Cierto: el aumento fue casi una imposición. Cierto: como sea, ese aumento es producto del esfuerzo de las empresas y de las y los trabajadores. Cierto: eso alivió la penosa situación de millones de familias.
Pero, ojo, los datos demuestran también que el ingreso de los hogares supera en 926 pesos mensuales al del 2018 y sólo 43 más el del 2016. Son buenos resultados, pero tampoco son para cantar locos de contentos.
Más: la mitad de los hogares tienen un ingreso medio de 10,272 o menos (algo menor a dos salarios mínimos). Pues bien: esas familias no tienen para pagar su canasta básica (INEGI).
La reactivación del empleo, segundo componente de la política laboral, se dio por el fin de la pandemia, los efectos del fin del outsourcing y la llegada por la fuerza de gravedad de empresas internacionales que salieron de Asia. Por último, 4.9 millones de familias se beneficiaron de remesas (más de un billón de pesos el año pasado) que promediaron, ojo, casi 5,900 pesos mensuales (Banxico/Cemla).
Bueno ¿y los programas sociales? Ayudan, obvio. Su monto creció 100% del 2018 a la fecha. Este año se destinarán a ellos 865 mil millones de pesos que llegan a 12 millones de familias.
Pero, cuidado: para el total de hogares, representa sólo 2 pesos 80 centavos de cada 100 pesos de ingreso. Además, 6 de cada 10 personas que viven en los niveles económicos más bajos no reciben apoyo. (Gómez Hermosillo). ¿Por qué? Porque las transferencias se hicieron universales y los programas sociales previos se recortaron. Habría que volver a calibrar de qué manera ese dinero llega, y de qué forma, a las familias más necesitadas.
Esto lo digo porque seguirá habiendo casi 50 millones de personas sin acceso a la salud. El engendro llamado INSABI fue un fracaso estrepitoso. Habrá que seguir formalizando el empleo: casi 65 millones de personas no tienen seguridad social (Ríos).
Otro tema alarmante: sabemos que más de 5 millones de estudiantes abandonaron la escuela. Una tragedia para el futuro del país.
Si cupiera en México un análisis sensato de los datos, tendríamos que decir que la reducción de la pobreza por ingresos será una buena noticia.
Que haya aumentado el ingreso es muy bueno, pero la precariedad se mantiene ahí, amenazante.
No es un tema tecnocrático: es profundamente humano. Que la gente gane mejor pero que no tenga acceso a salud, a medicinas, que no le alcance para comer o que abandone la escuela o en ella reciba educación de mala calidad, no es el ideal de sociedad que deberíamos buscar.
Fomentar la inversión privada, la innovación, el desarrollo tecnológico, las competencias, y la productividad deberán ser los sostenes de la política laboral en el futuro.
Este gobierno no lo hará, pero el que vendrá tendrá que asumir dos realidades: ya en materia laboral (salarios, derechos y obligaciones incluidos) nos regimos por un acuerdo con Norteamérica. Segundo: el empuje a los salarios no puede seguir viniendo de decretazos. Hay que impulsar un acuerdo para que se mantenga el crecimiento del bienestar y meter a la formalidad (laboral y fiscal) a millones.
Por otro lado: la política social deberá acompañar a este gran esfuerzo de generación de empleo formal bien pagado. ¿Cómo? Alimentando, previniendo la enfermedad y educando.
No hay mayores prioridades que esas.
Ojalá los dos bandos en los que se ha partido el país tengan la frialdad y el patriotismo de reconocer que nadie tiene la verdad absoluta. Que los avances se deben reconocer. Que los derroches deben terminar.
Que no hay sociedad próspera sin inversión privada, empleo, ley, solidaridad y, sobre todo, respeto hacia el otro.
@fvazquezrig
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