Pasado presente




Recorrer el Centro Histórico de Veracruz se ha vuelto deprimente. Poco o nada queda de un puerto bullicioso que reunía en sus manzanas, calles y avenidas una esmerilada diversidad comercial.

Del Centro se fueron joyerías icónicas: La Perla y Los Dos Hermanos; emigraron ambas a una de las plazas del Sur. No se fueron a causa de la pandemia; se fueron siguiendo a una porción de su clientela que había emigrado al Sur: primero al fraccionamiento Reforma, luego al Virginia o Costa Verde y acaso finalmente a Costa de Oro. En el Centro se acabaron negocios como Casa Bertha, La Escolar y La Literaria, Casa Cantú, vendedora de los relojes Roca (por don Rogelio Cantú, su principal animador) y que obsequiaba guajolotes –capaz que si la Santa Inquisición lee pavos, se arma la de Dios es Cristo—.

Cada diciembre, la Casa Cantú sacaba su promoción y daba, además un laaaargoooo año para pagar. Telas de México ponía en el aparador de Independencia y Ocampo, contra esquina de La Escolar y el sitio de taxis Los Galgos, cuatro muñecos que recordaban a George, John, Paul y Ringo, los ya entonces y ahora mítico Cuarteto de Liverpool, Los Beatles, que entonaban “She loves you”, era 1967, o 1966.

A la vuelta de Independencia el, para aquellos tiempos majestuoso edificio de Sears exhibía tras una enorme vidriera a un Santa Claus de casi dos metros que a cada momento batía su campana y hacia resonar un “jojojojojo” monumental. Un “jojojojojo” que hoy nadie en sus cabales, en medio de esta larga pandemia cuya salida aun parece lejana pese las vacunas, podría repetir a mandíbula batiente.

Pero eso era Veracruz: risa, fiesta, Santa Claus, Casa Cantú con su Santa Claus de carne y hueso, y los Almacenes Carús y Huete, Casa García en Independencia, casi frente a la Singer y el estanquillo de LeFe, esto es, Luis Enrique Figueroa Escobar para sus amigos, experto en deportes y musicólogo de fuste y a quien la radio le debe un recuerdo emocionado.

Y por supuesto Casa Castilla en Rayón una, la otra en la zona del mercado y luego, muchos años después, una más en Plaza Américas, plaza a la que hasta La Parroquia, franquiciada o no, emigró.

Hablamos aquí de un Veracruz que en apariencia ya no existe; bajo la pátina del tiempo y las paredes descascaradas y los locales vacíos, sin inquilinos, cerrados, adivinar por cuánto tiempo más, bullen historias varias a la espera del talentoso reportero, del contador de historias reales con datos duros –crónicas le llaman ahora— que recuperen esa historia que se va. 

Un relato de esos años que se pensaron tumultuosos –y lo fueron— y que solo quedan en la retina borrosa de los viejos; en el aire que da vuelta en una esquina y en el sombrero que vuela por los aires ante el embate de un vendaval. Eso era Veracruz, pero los tiempos cambian como bien supo siempre la Negra Mercedes Sosa.

Quede hasta aquí la evocación. Use cubrebocas, anótese para recibir la vacuna cuando le toque, evite las aglomeraciones y si un capacitador del INE lo visita para invitarlo a ser funcionario de casilla en la elección intermedia que ya está a la vuelta de la esquina, haga caso y participe. No hay más poder que el poder del voto. ¡Ahreee!



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