“Ponte esto” -le pidió Dulcibella a Babalucas al tiempo que le entregaba un condón. El badulaque vio el artilugio y respondió: “No creo que tenga frío”.
Extraño nombre era el de aquel señor: se llamaba Encore. Alguien le preguntó la causa de su apelativo. Explicó: “Mis padres eran concertistas, y yo no estaba en su programa”.
El novio de Glafira, la hija de don Poseidón, fue a pedir la mano de la muchacha. “¿La mano? -frunció el ceño el viejo labrador-. Me parece, joven, que ya está usted muy grandecito para eso”.
Taisia, mujer en flor de edad y de buenas prendas físicas, usaba siempre medias negras. Una de sus amigas quiso saber por qué. Respondió ella: “Las llevo en memoria de todos los que han pasado al más allá”.
Coahuila, mi solar nativo, tiene un buen gobernador en la persona de Miguel Riquelme. Desde los primeros días de su gestión se dedicó a restablecer la concordia y unidad que se habían perdido en el Estado, y ha cumplido una empeñosa obra que ha dado muchos buenos frutos a la entidad en materia de seguridad, inversión, empleo, educación y demás ramos de la administración pública.
En estos días la gente alaba la manera en que Riquelme ha coordinado las labores tendientes a enfrentar la emergencia derivada del coronavirus. Sus esfuerzos por conseguir justicia fiscal para Coahuila cuentan con el apoyo de toda la ciudadanía.
Tiempos de incertidumbre y sobresalto son los que ahora estamos viviendo, pero el Gobernador ha sabido dar a los coahuilenses confianza y tranquilidad por su atinado manejo de la crisis. Desde mi confinamiento celebro eso, y lo aplaudo. También lo bueno se debe señalar.
Una señora que paseaba por el campo vio a un pequeño campesino que con ímprobos trabajos arrastraba a un chivo que se negaba a andar. “¿A dónde llevas ese chivo?” -le preguntó. “A que monte una cabra” -contestó el chamaco. Irritada al verlo fatigarse tanto le preguntó la forastera: “¿Y no puede hacer eso tu papá?”. “No -replicó el muchachillo-. Tiene que ser el chivo”.
Dos amigos se encontraron después de mucho tiempo de no verse. Comentó uno: “Me casé porque ya estaba harto de tener que hacerme yo mismo la comida, de lavar
los platos, de coserme los botones.”. “¡Qué coincidencia! -exclamó el otro-. ¡Yo me divorcié exactamente por la misma razón!”.
Había en cierto pueblo un señor de edad provecta -por los 80 años andaría, o más- que a pesar de sus muchos almanaques había conservado intactas, según decía la vox pópuli, todas las facultades que para el trato con el sexo opuesto se requieren. En cierta ocasión el maduro caballero afirmó en la cantina del lugar que podía hacerle el amor a una mujer al menos cinco veces en el curso de una sola noche. Unos mocetones que ahí estaban tomando tomaron a baladronada la declaración del anciano.
Y es que el más potente de ellos había hecho eso tres veces a lo más, y con ingente esfuerzo. Le apostaron entonces una buena suma al viejo a que no era capaz de consumar dicha proeza. ¿Cinco veces?, pensaron. Eso lo hacen únicamente los felicísimos varones que tienen la dicha de contar con las miríficas aguas de Saltillo.
Le consiguieron, pues, al señor una fémina apta para el efecto y los dejaron a los dos en una habitación del único hotel que había en la localidad. Acordaron con el anciano que por cada vez que lo hiciera pondría una raya en la pared.
Terminadas las acciones de la noche la mujer les informó a los muchachos a la vista de las cinco rayas: “El viejito hizo trampa”. “Me lo imaginaba -dijo uno-. Puso rayas de más ¿verdad?”. “No -respondió ella-. Por cada dos veces que lo hacía ponía una raya solamente”. (Contabilidad estilo López-Gatell se llama ésa). FIN.
MIRADOR
Por Armando FUENTES AGUIRRE
Vacilaba el Justo Juez.
El ángel había llevado a su presencia a un hombre para que lo juzgara.
En un platillo de la balanza se pusieron las buenas acciones que el hombre había hecho a lo largo de su vida, y en el otro las acciones malas.
Y sucedió que pesaron lo mismo unas y otras. El fiel de la balanza quedó en medio.
El Juez Supremo no sabía qué hacer. El mal y el bien en la vida de aquel hombre eran iguales.
Le preguntó:
-¿Tienes algo qué decir en tu favor?
Respondió, humilde, el hombre:
-Señor: a nadie nunca hice sufrir. A nadie hice llorar.
Al oír eso el Padre ordenó que de inmediato se le abrieran al pecador las puertas del paraíso.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
Por AFA
“Protestan los meseros frente al Palacio Nacional”.
No será grande sorpresa
si los mira el Presidente
y les dice, indiferente:
“Perdónenme. No es mi mesa”.
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