Hasta las olas del mar anticipan el viento que habrá de ondularlas.
El ojo da forma a la orilla y revienta el cuerpo (ingrávido) en la espesura del iris. Al fondo, las barcas tiemblan. Luego el paisaje se sacude como un pez en la red bajo la vista cansada del pescador que contempla las evoluciones, los aletazos y los traspiés de una gaviota ebria.
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