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Columna:

Caminata del Renacimiento Mexicano

El concierto del silencio.

2021-09-04 | 10:52 a.m.
Diario del IstmoDiario del Istmo

Los caminantes sagrados iban ofrendando sus pasos, a veces en silencio y otras tantas veces con cantos, risas, pláticas cotidianas de la vida; las más jóvenes caminantes, Jaqui e Iris, como buenas scouts, siempre dinámicas, serviciales, con conciencia ecológica y llenas de alegría, iban, venían, brincaban, incluso hasta corrían, poniendo un dinamismo especial al camino. 

 Los paisajes se vestían de aridez, se sentían solitarios, no se veía a nadie transitando por esos rumbos, la  perpetuidad del silencio se impregnaba en cada poro de la piel, los levísimos sonidos de la naturaleza se iban expresando  para los oídos capaces de percibirlos, a veces se oían en secreto.  La ruta fue de la Malinche a Cantona, gran parte del camino fue puro campo traviesa, pero después fue pura carretera, rumbo a Perote. 

 Dany Díaz, un joven fotógrafo con una fe inquebrantable a la divinidad, también iba impregnando su esencia hacia los demás aportando al concierto del silencio que se expresaba desde todos los rincones y hacía nido en nuestros oídos.   Danny muy feliz, cantaba a su estilo tanto a la esencia dual de Ometeotl como a la esencia de Krishna. En las caminatas se ve de todo, desde el que sabe kábala, el que  reza en hebreo, hasta el mexika más guerrero, el ecléctico que comulga con todas las esencias, o los seres más espirituales que se reconocen como ateos, y que sin embargo muestran su amor a la vida más que cualquier religioso ortodoxo desligado de la esencia. En las caminatas no se profesa ninguna religión, solo  se cultiva un amor libre de todo dogma y un amor a las esencias sagradas, a los elementos, a la fuerzas colaboradoras de la existencia, al aire que se respira, al sol que ilumina, a la lluvia que fecunda, al amor vibrante en el éter, a las vibraciones que perciben los ojos, a las sonrisas ofrendadas con cariño, a los abuelos y ancestros que nos antecedieron, a las próximas siete generaciones que están por venir, a la miel que alegra el paladar, a los progenitores que nos dieron vida, a las aves que enaltecen al oído, a las águilas que vuelan en lo alto del cielo… a todo y a todos…. a la Madre Tierra que amablemente sigue sosteniendo la vida en el planeta, se dice fácil pero en realidad ya lleva millones de años en esta labor de hacer crecer a tantos seres vivos como aquellos árboles gigantescos o los dinosaurios y todas las humanidades que han ofrendado sus pasos a la Tierra, pero así como los ha visto nacer también los ha visto perecer, convirtiéndoles de nuevo en tierra, mientras que el espíritu de la conciencia, lo noético, de lo que habla Anáxagoras, Platón y Aristóteles, sigue su camino hacia el rumbo cósmico en su entrega absoluta de ser uno envuelto en la inconmensurabilidad. 

Los cerros áridos que resguardan los lugares ancestrales, se hacían notar de tal manera que su sombra los cubría en medio de la carretera.   Era fácil sentirse en estado de meditación profunda en donde los miedos se dispersan, la claridad se evidencia, la fortaleza se trabaja, la seguridad se reafirma, las manifestaciones de los sueños se materializan, el caminar en sí, todo se convierte en una medicina sutil. 

Esa noche al llegar a Tepeyahualco encontraron a sus amigos, Gisela y el Maestro Fabio, los caminantes fueron recibidos por ellos con los brazos abiertos y con una deliciosa cena.  En su mesa se servían manjares, de esos que saben a amor, los caminantes se sentían como en su  casa.   Habían planeado un  temazkal lunar,  se llenaron de cantos medicina y limpiaron su corazón, las abuelas piedras iban guiando cada puerta, y el doctor en neurociencias Jorge  Flores, con todo su gran conocimento, se entregaba al tocar su panhuéhuetl, un tambor de mano que él mismo había hecho. 

En la noche al rededor del fuego recordaban las palabras del Mamo Jacinto, un gran maestro espiritual de la Sierra Nevada de Santa Martha en Colombia, quien en el 2012 había ido al Encuentro de Sabiduría Universal en Cantona, y afirmaba que el Cerro era quien lo había llamado.  Los Mamos, son seres muy especiales, ellos nacen siendo mamos, sabios, sus familias los dejan en la escuela de los maestros desde muy tierna edad y se preparan arduamente quedándose meses enteros en una cueva en ayuno, uno de los dones que cultivan en su formación es la telepatía, la cual no solo se da entre seres humanos sino con todos los seres vivos.  Los mamos son todo un misterio, en un lenguaje más simbólico podría decirse que son santos, seres muy revolucionados e iluminados que han comprendido los misterios de  Aluna, lo que los indígenas denominan el "pensamiento puro", el cual se entiende desde  una visión femenina, sin embargo no se refiere estrictamente a que este termino es feminista sino que comprende las polaridades universales las cuales se unifican.  Los mamos  hacen la labor de enlazar los mundos de forma espiritual y entretejer con hilos dorados la evolución de la conciencia. 

Llegando el tercer día, los caminantes vieron a lo mejor el cerro que ahora les había llamado, sonaron el caracol y ofrendaron agua, chocolate, amor, silencio, ternura y su cansancio, como símbolo de ser ahora unos simples enlazadores de esa conciencia poética.  Los caminantes sabían que estaban ahí, no solo por su propio paso sino por los mismos cerros que habían convocado a los caminantes. 

M. Adriana Morales Ortiz @Witzilin_vuela.

César Daniel Gonzalez Madruga @CésarG_Madruga

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