Caminata del Renacimiento Mexicano




El sendero andado por los caminantes del Renacimiento Mexicano de Tula a Teotihuacán, estaba apunto de culminar, sentían un fuerte palpitar en su esencia, el encuentro de sus almas con aquel enigmático lugar iba a ser una gran experiencia. Al lado de ellos, la Pirámide del sol se alzaba imponente, sentían la conciencia encendida por la eminente expansión que implica pisar de forma sagrada, un lugar repleto de energía y magia. Para llegar, tuvieron que templar el espíritu, pulir sus virtudes, purificar deseos y anhelos, para presentarse de manera digna ante los grandes guardianes, al culminar ese propósito, vendrían revelaciones y nuevos compromisos. 

-       ¡Ya falta menos!.- Dijo el Siervo a el “Pollo”, quien caminaba bañado en sudor,  agobiado por el peso de su barriga, que presumía entre alegres bromas y risas.

-       ;El hombre balbuceó un “Si” que se escuchó entre el resoplar de su cansancio.

El atardecer se pintaba entre violeta y rosado, imponente, hermoso para los ojos que saben contemplar la dulzura y ternura de la gran jícara celeste, Ilhuicalt. Apareció ante sus ojos el gran Teocalli del Sol, el fulgor de sus almas había sido enaltecido por la fuerza de voluntad, un canto surgió de la voz de Colibrí, sonó el caracol y los caminantes cantaron con ella,  tomaron un respiro, pidieron entonces el permiso solemne y ceremonial a cada uno de los rumbos, bebieron un poco de agua, otro poco en la cara, y con decisión de guerreros sol-lunares, avanzaron los últimos kilómetros.  

Estaban cumpliendo lo acordado, era el segundo año de caminar, quedando así 38 años más para cumplir con la misión de enlazar con un fuego sagrado el Renacimiento Mexicano. Portaban en el sahumador, ese Fuego encendido. 

- Vengo recordando a Regina.- Dijo Colibrí.- La Dakini que rompió con el encantamiento de la Luna en 1968. La gran danzante del universo, que con firmes  pasos, trazó las notas necesarias para la reconfiguración de la conciencia de México.

A varios kilómetros de distancia se acercaba Enrique manejando hacia las pirámides, quería encontrarlos. Sentía una aguda bruma interior, venía de dar un par de conciertos, en el último, había habitado el escenario de manera burda, sentía dolor, dolor y tristeza. Al llegar a Teotihuacán, se encontró con que habían cerrado. Desanimado, empezó a manejar sin rumbo en los confines de la reja que rodea Teotihuacán, estaba sin estar, pensaba en desorden, cuando descubrió la figura de unas 7 u 8 personas, portaban una bandera mexicana y un estandarte con la Guadalupana, caminaban pesadamente. 

-       ¡Muchachos!- Gritó frenando bruscamente y bajando del auto para levantar los brazos.

-       ¡Hermano! Contestaron el Siervo y Miguel Santinelli. – Enrique corrió y se abrazaron todos jubilosos, sus brazos y cuerpos eran una bola de amor.

-       Qué mal se ven. –Dijo Enrique.

-       Estamos muy cansados.- Contestó Colibrí desfalleciente, qué bueno que llegaste. – Se volvieron a abrazar, esta vez con un silencio que duró un par de minutos.

-       Tenía que ser parte del cierre. – Dijo Enrique. - estoy teniendo un duro encuentro conmigo mismo, luego les cuento. Ya cerraron, no me dejaron entrar.

-       Todo está previsto.- Dijo el Siervo. - previamente hablamos con la autoridad, nos dejarán pasar.

Cuando llegaron al pie de la pirámide, el Siervo  ;y Ozelot hicieron un pequeño hoyo en la tierra y colocaron un ejemplar del libro “Los Sentimientos del corazón de México”, colocaron también dos discos con las canciones que acompañan los 22 sentimientos. Cubrieron con tierra, el Siervo se puso de pie, miró hacia lo alto de la pirámide y comenzó a entonar el himno nacional mexicano. Todos lo siguieron.


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