Estoy cierto de que nadie va a preguntarme cuáles son mis tres libros favoritos, aquellos que me marcaron, como se dice, de manera significativa. Así es que por mi cuenta les cuento que los libros que en efecto han tenido esa importancia en mi vida y en mi formación son tres de un mismo autor: Maurice Maeterlinck, un poeta, dramaturgo y ensayista de origen belga nacido en 1862, que en 1901 recibió el Premio Nobel de Literatura.
Los tres libros a los que me refiero son La vida de las abejas (1901), La vida de las termitas (1927) y La vida de las hormigas (1930). Los leí, en ese orden por cierto, allá en mis años juveniles. El primero de ellos me asombró y fascinó, y el tercero me hizo literalmente adicto a esos bichos maravillosos que con harta frecuencia se meten a mi cocina. Ediciones recientes de los tres pueden encontrarse en editorial Ariel/Planeta.
Convertido en entomólogo aficionado, Maeterlinck dedicó 20 años de su vida a la observación obsesiva de las abejas, antes de escribir un encantador, ameno y deslumbrante libro sobre esos insectos himenópteros. Un libro amoroso, diría yo. Su obra no solo es un portento de meticulosidad, sino un homenaje de reconocimiento a esa especie animal fundamental de de la Naturaleza.
Precisamente lo evoco aquí ante las cada vez más frecuentes y alarmantes advertencias de los científicos de muy diversos países sobre el inminente peligro de extinción que hoy amenaza a las abejas, y las fatales consecuencias que tal pérdida puede tener para la Humanidad.
En el portal de ciencia y tecnología de Noticias de Israel encuentro un artículo publicado apenas el 31 de diciembre pasado en el que se advierte que estudios recientes han mostrado una dramática disminución en la población de abejas – redondeando a casi un 90 por ciento en los últimos años – colocando al insecto en la lista de especies amenazadas.
Según la Sociedad Geográfica de Londres, las abejas son los seres vivos más importantes del planeta. El ochenta por ciento de los cultivos agrícolas del mundo dependen de los procesos de polinización de las abejas. Las plantas que cosechan frutas, verduras y otros tipos de productos alimenticios, dependen únicamente del trabajo de estos importantes insectos.
Sin embargo, nos dice el artículo aludido, el uso abusivo de pesticidas no controlados, la continuación de la deforestación y la falta de flores cifradas (alimento de las abejas) son las principales razones de la reciente caída en picada de su población mundial. Además, como la mayoría de las plantas no pueden reproducirse por sí mismas, estos cultivos dependen de que las abejas se encarguen de la mayoría de estos procesos naturales.
Adicionalmente a sus beneficios dentro del mundo agrícola, las abejas son las únicas criaturas en el mundo que no son portadoras de ningún tipo de enfermedades, según un estudio científico realizado por el Alcalde de Desarrollo Universitario de CeapiMayor y la Corporación de Crecimiento Cach de Chile, posteriormente apoyado por el Fondo de Innovación Agraria.
Albert Einstein destacó su importancia mucho más allá del mundo agrícola hace más de sesenta años, equiparando la supervivencia de la raza humana al ser contingente con la supervivencia de la población de abejas. Afirmó que cuando la última abeja desaparezca finalmente de esta Tierra, los humanos tendrán sólo cuatro años para vivir antes de que el ecosistema comience a desmoronarse y se vuelva inhabitable.
Y eso es, según los estudiosos del tema, dramáticamente cierto.
Afortunadamente, muchas organizaciones, grupos y celebridades de todo el mundo han estado creando conciencia del problema y defendiendo iniciativas para promover la supervivencia de las poblaciones de abejas en todo el ecosistema de la Tierra. Han dado una voz de alarma que hay que atender.
En México, casi dos mil especies de abejas se encuentran en grave riesgo de extinción debido a la agricultura intensiva, el cambio climático y los plaguicidas. El Foro Consultivo, Científico y Tecnológico (FCCyT) advirtió hace algunos meses que la especie europea no está en peligro de extinción, porque hay muchas colmenas en granjas apicultoras dedicadas a la producción de miel por todo el mundo, pero que la situación de las abejas silvestres es diferente, porque los cultivos exclusivos de maíz representan enormes desiertos para ellas, pues se han eliminado las flores nativas con las cuales se alimentaban.
Y es que hasta un 80 por ciento del trabajo de las abejas consiste en polinizar flores y frutos, mientras que el restante 20 por ciento lo utilizan para producir miel y veneno.
En Ecología Verde, un sitio dedicado a la protección del medio ambiente en nuestro país, se enumeran algunas acciones que pueden tomarse para evitar o al menos atenuar su exterminio: Dejar de usar productos que contaminan el medio ambiente, sobre todo pesticidas, plaguicidas e insecticidas químicos; apostar más por la agricultura ecológica, tanto a nivel particular como por parte de los gobiernos de todo el mundo; sembrar plantas en jardines, públicos y privados, y parques que sean de tipos que atraen a las abejas, como prímulas, dedaleras, lavanda, girasoles y milenrama; apoyar asociaciones y organizaciones que tengan proyectos de protección de estos polinizadores, y construir colmenas en las ciudades para ayudarlas.
Hay ya acciones concretas al respecto. De unos años a la fecha en los terrenos de siembra colindantes con la ciudad de Oaxaca, campesinos alternan el cultivo de maíz con las flores de girasol, para dar alimento natural a las abejas. Los agricultores mencionan que los girasoles son la planta ideal para favorecer a las debilitadas colonias de abejas en la zona, y en general en el país. Carlos Barragán García, ingeniero en agroecología, egresado de la Universidad Autónoma Chapingo y colaborador del proyecto MasAgro en Oaxaca, asegura que “sin duda estos sitios son de un altísimo beneficio para las abejas y los demás polinizadores, al garantizarles alimento y motivar su regreso”.
Con esfuerzos como estos, y muchos otros, podremos lograr que “el espíritu de la colmena”, como le llama en su libro Maurice Maeterlinck, salve a las abejas -y a la Humanidad- de la amenaza de su extinción. Finalmente, diría el propio poeta metido a entomólogo, “la desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza en lo que no sabemos, que es todo”. Válgame.
@fopinchetti
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