La siguiente narración de piratas fue tomada integra del libro ‘Coatzacoalcos. La
construcción histórica de una ciudad’ realizado durante la administración de Víctor Carranza Rosaldo, cuyos autores fueron Alfredo Delgado Calderón y Álvaro Alcántara López.
Silenciosa y a veces imperceptible, la navegación de cabotaje desplegada en el espacio americano entre los siglos XVII y XVIII fue decisiva en la consolidación del capitalismo temprano.
Ligada de manera indisoluble a la “de altura” y fluvial, y condicionada por una legislación que sólo permitía el comercio entre puertos autorizados y prohibía los negocios con potencias extranjeras, la navegación en el Golfo de México contribuyó a la conformación de las regiones costeras novohispanas y a la configuración definitiva de circuitos mercantiles, que se vuelven nítidos a la mirada exterior para mediados del siglo XVIII.
Este complejo tramado de redes comerciales contó con la participación activa de los pueblos indios, pardos, mulatos y mestizos de la provincia de Coatzacoalcos, además de las oligarquías locales y funcionarios reales.
Como lo señaló décadas atrás Ruggiero Romano, este comercio “informal” no sólo cumplió la función de abastecer las necesidades locales, también impulsó la salida y comercialización de los frutos de la tierra a cambio de manufacturas, caldos, bebidas, textiles y personas esclavizadas. Y en este proceso, los piratas, bucaneros y corsarios desempeñaron un papel protagónico.
Las referencias que se conocen de ellos, desde fines del siglo XVI hasta las primeras décadas del siglo XVIII, los colocan como los protagonistas de la navegación costera y de mar abierto en las aguas del Golfo mexicano.
Para la otra zona de influencia de la cultura olmeca, la desaparición casi total de los pueblos que se encontraban asentados en ambos costados del río y el abandono paulatino de la Villa del Espíritu Santo, permiten imaginar la decadencia paulatina de la navegación de río y de mar en esa zona.
Desde un punto de vista institucional puede decirse que las costas de Coatzacoalcos (barras del Coatzacoalcos, La Barrilla, Laguna de Minzapa y barra del Tonalá), se convirtieron en “espacios vacíos” entre mediados del siglo XVII y primeras décadas del siglo XVIII.
Más aún, cuando la capital de la provincia fue trasladada tierra adentro hacia el pueblo arriero y ganadero de Acayucan. Nos encontramos, hay que tenerlo presente, en la coyuntura que da inicio al repunte progresivo de la población india y mulata y a la conformación gradual de los mercados regionales que terminarán por hacer a la Nueva España, más rica y próspera que la vieja.
Si sabemos de las embarcaciones que recorren la costa que va del sur de Veracruz a Yucatán durante la segunda mitad del siglo XVII es por las denuncias que los pueblos indios hacen, así como a los llamados de auxilio que algunas autoridades locales dirigen al virrey, ante las incursiones recurrentes de piratas y bucaneros. Asentados en distintos campamentos a lo largo del litoral, que llegan a tener más de doscientos hombres, los piratas o privateers asolan las provincias costeras de Yucatán, Campeche, Tabasco y Veracruz y, remontando los numerosos ríos de la región, atacan villas de españoles y pueblos de indios, capturan y secuestran naturales a quienes usan como sirvientes o de plano venden como esclavos en Jamaica o Curazao.
Se trata en realidad de una modalidad mixta, como lo ha recordado García de León, pues en la medida que la piratería dejó de ser apoyada oficialmente por Holanda, Francia o Inglaterra, estos hombres de mar se convirtieron en hombres de bahía (baymen) impulsando actividades más bien privadas.
Es precisamente el caso de personajes famosos como William Dampier o de Alexander Exquemelin de cuyas andanzas tenemos hoy noticia como autores principales de la literatura pirata de la época.
En aquellas correrías e incursiones por los pueblos costeros, productos como sal, cueros, palo de tinte, algodón, carne en salmuera, aguardiente o ron, cacao, azúcar o maíz eran los que solían intercambiarse en aquellos precarios mercados. Ante el crecimiento y presencia de los filibusteros en las aguas del gran Caribe y, como medida para asegurar el abastecimiento de pertrechos, víveres y plata en las islas y demás posesiones españolas de tierra firme, la corona creó en 1635 a la Armada de Barlovento, una escuadra que tenía entre sus tareas la misión de patrullar las costas del Golfo de México y el Caribe para poner a salvo a las embarcaciones españolas de las embestidas de piratas y corsarios, especialmente cuando se trataba de la movilización del Situado.
Más allá del éxito más bien precario de la Armada de Barlovento, de los recurrentes problemas fiscales que debió afrontar para su mantenimiento, o de las graves acusaciones de corrupción y contrabando de las que fue objeto, lo que quiero resaltar aquí es la función que esta escuadra desempeñó en la maduración del Caribe como espacio histórico, manteniendo conectados los espacios americanos insulares y continentales en momentos de contracción y crisis económica.
La circulación más o menos recurrente de esta flota por el circuito marítimo caribeño favoreció la circulación, mezcolanza, sedimentación y apropiación de prácticas culturales, imaginarios, formas lingüísticas, creencias o repertorios sonoros que le darían a esta región un carácter distintivo. Y fue este contingente de marinos y soldadesca, el encargado de llevar y traer noticias, ensalmos, pociones amorosas, coplas, dichos o refranes que encontrarían cobijo en la cultura popular de esta región.
La instalación de campamentos piratas a lo largo de la costa del Golfo - cubriendo un área que abarcaba desde Laguna de Términos (Campeche), hasta la Isla de Santa Ana (el actual Coatzacoalcos) -, incentivó las correrías y ataques a los pueblos.
Esta situación provocó el reacomodo “forzoso” de algunos asentamientos indios, que debieron alejarse de la costa y de la vera de los ríos. Cosoleacaque (ubicado antiguamente por la desembocadura del río Tonalá), y Oteapan (inicialmente cercano al punto donde el Uxpanapa une sus aguas con el río Coatzacoalcos) cambiaron su residencia a orillas del camino real a Acayucan, entre las modernas ciudades de Jáltipan y Minatitlán. Y Mecayapan, que según su tradición oral ubica sus orígenes cerca de Huimanguillo (Tabasco) también se mudó, aunque en su caso muy tempranamente, a un sitio cercano a Xoteapan, a donde llegó en la segunda mitad del siglo XVI.
Otros pueblos que cambiaron su ubicación huyendo de los corsarios fueron los pueblos Agualulcos de Ocuapan, Tecominuacan y Mecatepec, que asentados en las inmediaciones de las lagunas Machona y del Carmen (muy cerca del actual Paraíso, Tabasco), se mudaron a sus lugares actuales, cerca de la frontera entre Tabasco y Chiapas.
Otras repúblicas de indios como Acalapa, Monzapa, Ocelotepeque o Chinameca, que tenían décadas intentando sobrevivir a la debacle demográfica –algunas de estas repúblicas llegaron a tener sólo 9 familias se extinguen definitivamente o mudaron de asentamiento entre la segunda mitad del XVII y primeras décadas del siglo XVIII.
En unos pocos casos, el reacomodo rebasó los límites de la provincia y llevó a pueblos como Chicoacán, Cintalapa y Pichucalco a trasladarse a tierras chiapanecas.
Empleando contingentes de más de setenta hombres, las expediciones bucaneras se internaban por las cuencas de los ríos Tonalá y Guazaqualco capturando indios e indias, por los cuales se pedía como rescate el pago de su peso en maíces, o de algunos otros productos de valor comercial como el ixtle o el cacao. La Villa del Espíritu Santo, antigua capital de la provincia de Guazaqualco y otrora cuna “de la flor y nata de los conquistadores” fue incendiada en 1672 en una de esas correrías filibusteras, para ser abandonada de manera definitiva.
En esa misma incursión, el pueblo de Acalapa (ubicado en las inmediaciones de los actuales complejos petroquímicos Morelos y Cangrejera) padeció el rapto de más de ocho de sus mujeres. De allí que en un recuento de 1705 expresaran no tener bienes por haberlos expulsados los piratas de las diferentes poblaciones que habían hecho. Una idea del efecto que tales intrusiones piratas causaban en la vida de los pueblos, la da el hecho que la corona española liberó del pago de tributos a varios pueblos costeros que habían sufrido dichos ataques relevándolos del pago de tributos hasta por ocho años.
Pero si algo exhiben las referencias a la presencia de piratas y filibusteros en las costas del Golfo de México es la importancia que para el comercio hormiga, el contrabando y la navegación costanera habían adquirido para ese momento, los ríos menores, lagunas y esteros. Algunos de estos lugares, funcionando como embarcaderos del comercio informal, habían sido el asentamiento de pueblos indios ya desparecidos para entonces, sin embargo, su función nodal y bisagra entre el comercio acuático y terrestre se mantenía vigente.
El río Tonalá y la barra de Santa Anna, ubicados en la frontera oriental de la provincia de Coatzacoalcos con Tabasco, eran puntos estratégicos del intercambio mercantil y parada obligada de la navegación de cabotaje; mientras que hacia el lado oeste de la desembocadura del Coatzacoalcos, la laguna de Minzapa fue el espacio preferido para el contrabando hasta bien entrado el periodo independiente.
Sobre el mismo río Coatzacoalcos, antiguos asentamientos como Tacojalpan o Minzapa aparecerán mencionados durante los siglos XVII y XVIII, como sitios de embarque y desembarque de productos, géneros y materias primas del comercio legal e ilegal.
Todos estos puntos constituyen los nodos de una vasta red de comunicación que empalma a los caminos de agua –dulce y salada- con los de herradura, ya sea porque conducen los géneros a otros puertos de río (como Paso de San Juan, Bodegas de Totoltepeque, Bodegas de Otapan) o porque se movilizan por tierra hacia Tabasco, el pueblo de Acayucan o los asentamientos de indios, mulatos y españoles desperdigados en la región.
Una actividad que animará la navegación oficial por las costas veracruzanas, ya iniciado el siglo XVIII, serán los cortes de madera para la construcción naval. Incluso se logró la hazaña de haber construido un astillero sobre el río Coatzacoalcos en la segunda década de esa centuria, si bien éste no duró mucho tiempo funcionando debido al alto costo de las embarcaciones que allí se construyeron.
El llamado de atención sobre la rentabilidad de las maderas existentes en las costas del Golfo de México lo habían dado los piratas y bucaneros, explotando a placer los recursos forestales para la construcción, así como el palo de tinte o palo de Campeche a lo largo de todo el siglo XVII.
HISTORIAS DE PIRATAS
Un testimonio que con frecuencia se ha pasado por alto es la referencia que el pirata William Dampier hace en su relato del intento de sus correligionarios de atacar al pueblo de Acayucan.
Me refiero a la expedición que en canoas realizaron los capitanes Hewet y Rives desde la isla de Tris hasta adentrarse en el río Coatzacoalcos durante el año de 1676: “y allí desembarcaron sus hombres con el propósito de atacar keybooca (Acayucan), pero la región estaba tan anegada que no había manera de marchar ni estaba el agua lo suficientemente alta para una canoa”.
Dampier describe al pueblo de Acayucan de la siguiente manera:(…) es un pueblo grande y rico de buen comercio, como a cuatro leguas del río Coatzacoalcos en el lado oeste. Está habitado por unos pocos españoles y abundantes mulatos. Éstos mantienen muchas mulas pues son en su mayor parte cargadores, de modo que visitan frecuentemente la costa de cacao para cargar granos y viajan por la región que se encuentra entre Villahermosa y Veracruz. Esta región es bastante agradable en la temporada seca, pero cuando los furiosos vientos del norte rugen en la costa y entran con violencia en el mar, la tierra sufre extremadamente, quedando tan inundada que no se puede viajar
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Bibliografía: Coatzacoalcos. La construcción histórica de una ciudad
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