Nadie es inmune al estrés “pasajero” (es una respuesta natural del organismo), máxime si se vive inmerso en situaciones que lo desencadena como falta de dinero, desempleo, enfermedades, preocupaciones, peleas familiares, etcétera.
No obstante, cuando estos escenarios no se resuelven de modo puntual y satisfactorio, o no se aprende a canalizar apropiadamente las emociones que lo acompañan, ese estrés “normal” puede mutar a uno crónico, aquel que llega, se estaciona y se queda por largo tiempo logrando incapacitar y dañar seriamente tu salud emocional y bienestar en general. Es decir, este tipo de malestar surge por ciertos detonantes… Y a la vez genera otros deterioros mayores como depresión intensa o afecciones cardiovasculares.
Si estás sintiendo estos síntomas por más de dos semanas consecutivas, busca ayuda:
• Irritabilidad instantánea.
• Fatiga recurrente.
• Ataques de pánico.
• Cambios súbitos de humor: de la alegría a las lágrimas en un parpadeo.
• Ansiedad y angustia patológicas.
• Problemas de concentración y de memoria.
• Insomnio, falta de apetito, dolor de estómago músculos, cabeza, sensaciones de ahogo.
Detecta, trata y canaliza
El estrés rara vez desaparece por si solo. Lo que hace es que se acumula hasta causarnos un mayor daño.
No te acostumbres al estrés crónico, ante un cuadro así, es importante que acudas con un médico, quien identificará de modo preciso esa respuesta de estrés y cómo tratarla.
Probablemente, te ofrecerá un tratamiento farmacológico y otro conductual. En ese último cabrán estrategias prácticas como ejercicio, lecturas, reuniones familiares y entre amigos, alimentación, paseos y buenos hábitos de vida alejados del humo, del tabaco y las adiciones.
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