Plaza de almas

Veracruz | 2021-03-16 | Catón

Ya no recuerdo, Armando, si alguna vez la había recordado antes de esta noche en que la recordé. Pero hace unos momentos dijiste un nombre de mujer, y era su nombre. Me pareció que había entrado y me miraba. Vi sus ojos, de un color azul vago o de un vago color gris. Ese tono tiene el cielo cuando va a llover y al final no cae la lluvia.

La conocí por azar: hablé con ella un par de veces. Una noche me dijo de repente: “Quiero saber a qué saben tus besos”. Y me tendió los labios. No la besé. Me fui. Escapé. No siento pena al decirte eso. Lo que hice no fue por cobardía, sino por algo que podría llamarse convención social, prejuicio que en aquellos años importaba mucho.

Había oído decir que tratarla era algo peligroso. Posesiva, celosa, dominante, si tenías una relación con ella, así fuera la de un solo beso, y la dejabas luego, después ya nunca conocías la paz. Te perseguía; te hacía escenas donde te encontrara.

A un novio que tuvo se le presentó en la iglesia en que se estaba casando y provocó un escándalo mayúsculo que interrumpió la boda entre el azoro de la concurrencia, el desconcierto del cura y los obligados soponcios de la novia y su mamá.

Tuvieron que sacarla en vilo mientras seguía vociferando a voz en cuello tremendas maldiciones y amenazas. Aquello fue la comidilla de la ciudad hasta que sucedió el siguiente escándalo. No tenía amigas, y sus pocos amigos se apartaron pronto de ella, temerosos. Fue por entonces cuando sucedió lo que acabo de contarte, lo del beso que no sucedió. Huí de ella, igual que huían todos. Con el tiempo la olvidé.

Muchas cosas se olvidan con el tiempo. Alguna vez en el sueño vi sus ojos, y tampoco en el sueño supe de qué color eran, si de un grisáceo azul o un gris azulino. Luego escuché decir como de paso que estaba gravemente enferma. Al parecer tenía tuberculosis, un mal que ni siquiera se mencionaba ya. Después supe que había muerto, y que a sus funerales asistió muy poca gente. Los que fueron al panteón se podían contar con los dedos de la mano, dijo en el café uno que oyó contar eso a uno de los contados asistentes.

Me habría gustado decirte, sobrino, que al día siguiente fui al cementerio a dejar flores en su tumba. Eso sería muy romántico -o muy cursi, según se vean las cosas-, pero no estoy lo suficientemente ebrio para inventar esa mentira. Otra vez volví a olvidarla. Los olvidos, igual que los recuerdos, vuelven siempre. Todos los que la conocieron la olvidaron, igual que la olvidé yo.

Ni siquiera quedó memoria del escándalo aquel que hizo en la iglesia. Los escándalos, por escandalosos que sean, se olvidan pronto. Antes tardábamos un poco más en olvidarlos, pero ahora, con tantos que hay, los olvidamos en unos cuantos días. La vida siguió -eso es lo mejor que sabe hacer: seguir-, y aquella mujer fue lo que alguna vez seremos todos: nada. Ni aun quedó memoria de su olvido.

Pero esta noche, Armando, dijiste un nombre de mujer, y era su nombre. A lo mejor pensó que la estábamos llamando, y vino. Ahora nos está mirando con aquellos sus ojos color tarde de lluvia que no cae. No me hagas caso. No estoy ni suficientemente ebrio ni suficientemente sobrio, y a alguien que se encuentra en esa ambigua circunstancia no hay que hacerle caso.

Cambiemos de conversación. Dime qué estás escribiendo, y si no te ha pesado demasiado el encierro de estos días, de estos meses, de este año. Por mi parte no quiero pensar nada. No quiero recordar a aquella mujer a la que recordé porque dijiste un nombre. Pero algo te diré ahora que ya estoy un poco más ebrio que sobrio: me habría gustado saber a qué sabían sus besos. FIN.

Mirador

Armando Fuentes Aguirre

Llegó sin anunciarse y me dijo de buenas a primeras:

-Soy el número uno.

Siempre he sospechado de quienes dicen ser el número uno. Generalmente no son ni siquiera el dos, ni el diez, ni el cien. Es la soberbia lo que hace que se sientan el número uno. Se lo dije, y eso lo enojó.

-Yo soy el único uno -replicó exasperado.

-No es así -opuse-. En el 11 hay dos número uno; en el 111 hay tres; el 1111 tiene cuatro, y así sucesivamente hasta llegar al infinito.

Guardó silencio. Aproveché eso para fortalecer mi posición.

-Además -le dije-, sin el 2 usted no es nadie, lo mismo que sin el 3, el 4 o el 5. Todos los números valen lo mismo. Todos son el número uno.

Me respondió, burlón:

-Suena usted a político.

Respondí:

-No. Creo que más bien sueno a matemático.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA

“...Salgado Macedonio sigue de candidato...”.

Y será gobernador

aunque lo llamen maldito,

porque ya movió el dedito

su gran amigo Obrador.