Mientras una parte de Europa se despertó esta mañana con el Wi-Fi muerto, semáforos sin ley y una inquietud flotando en el aire como el humo invisible de algo que todavía no arde, "Dejar el mundo atrás" (Sam Esmail, 2023) comenzaba a parecer menos una película y más una alerta sobre nuestra dependencia digital. Se trata de la película es la séptima más vista en toda la historia de Netflix con más de 143 millones de visualizaciones.
El filme nos presenta un escenario que se vivió por horas el día de ayer en España, Portugal y parte de Francia, ya que un masivo apagón causó un caos total tanto en comunicaciones como en transporte, pues los aeropuertos se mantuvieron fuera de operaciones, mientras que miles de personas batallaron para movilizarse ante la falta del metro.
Una situación que se retrata de manera dramática en la cinta de Esmail, que a su vez se basa en la novela homónima de Rumaan Alam, donde la ganadora del Oscar Julia Roberts y Ethan Hawke interpretan a Amanda y Clay, una pareja de neoyorquinos de clase media que, en compañía de sus dos hijos adolescentes alquilan un lujoso Airbnb para pasar unas vacaciones de una semana en Long Island. Una hermosa casa que se describe online como un lugar para precisamente, "dejar el mundo atrás".
Lo que parecían ser unas lindas vacaciones en familia pronto se ven interrumpidas cuando los verdaderos dueños de la casa, H Washington (Mahershala Ali) y su hija Ruth (Myha'la Herrold), aparecen en la puerta pidiendo que los dejen entrar ya que la Costa Este ha sufrido un apagón que ha bloqueado el internet y la señal de teléfonos móviles, dejando a todos en oscuridad total.
Lo más inquietante de Dejar el mundo atrás no es su visión del desastre, son lo (ahora) reconocible de su lógica: una caída progresiva, sin explosiones, sin villanos claros ni culpables. Solamente una lenta conexión lenta que va desmoronando lo que entendíamos por cotidiano.
Afortunadamente, el apagón que conmocionó a España no es el apocalipsis, pero si es un recordatorio práctico de cuánto dependemos de una conexión que creíamos eterna. La película no pretende predecir el futuro, pero si invitar a mirar el presente con menos ingenuidad. Porque, al final, lo más aterrador no es que todo se apague, sino qué hacer después.
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