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Todo depende del cristal



Sobrada razón tuvo don Ramón de Campoamor cuando escribió aquello de que “todo es según el color del cristal con que se mira”. Para lo que unos es negro para otros es blanco, y a la visconversa, como en mi aldea dicen. Éste calificará de terquedad a lo que aquél llamará perseverancia. Tú eres un alcohólico; yo soy un bebedor social. Si de mi religión te pasas a otra eres un apóstata; si de tu religión te pasas a la mía eres un converso.

Para nosotros los mexicanos Joel R. Poinsett es un cabrón e hijo de la chingada que no sólo intrigó para hacernos caer bajo el dominio de los Estados Unidos, sino que además nos robó la flor de nochebuena. En su juventud tuvo poco trato con mujeres porque al parecer sufría de eyaculación prematura, o de plano era impotente.

Para los norteamericanos, en cambio, el tal Poinsett es un prócer que ayudó a engrandecer a su país. Le han erigido estatuas, y bautizaron con su nombre, poinsettia, la flor que de México sustrajo.

Por eso acertaba don Chinguetas, que cuando le preguntaban cómo estaba su esposa respondía: “¿Comparada con quién?”. Atinaba también su señora, doña Macalota, que a la pregunta: “¿Cómo está tu marido?” contestaba: “Regular”. El que hacía la pregunta se preocupaba: “¿Está enfermo?”. “No -replicaba ella-. Pero hay otros mejores”.

En efecto: todo es según el color del cristal con que se mira. Por tal motivo tiene sus intríngulis eso de cambiar el nombre de las cosas. El costado norte de la catedral de mi ciudad da a una callejuela que la gente ha llamado siempre “callejón de la pulmonía”, pues sopla ahí, sobre todo en invierno, un vientecillo casi imperceptible pero que puede provocarte una pulmonía cuata -así se decía antes- que en un par de días (de a día por pulmón) te llevará bonitamente al otro mundo.

Don Artemio de Valle Arizpe solía decir: “El aire saltillero no apaga una vela, pero sí mata a un cristiano”. Pues bien: a esa calleja se le puso el nombre de Santos Rojo, el comerciante que trajo a Saltillo, desde Xalapa, la bella imagen del Santo Cristo de la Capilla. ¿Quién usa ese nombre? Nadie. Todos seguimos diciendo “el callejón de la pulmonía”.

Aquí se aplica aquello de “Su Majestad el uso”. Eso quiere decir que no hablamos como prescribe la Academia: hablamos como hablamos, o sea como acostumbramos hablar. Yo tengo para mí que a la palabra “sazón”, referida al sabor de los alimentos, vocablo que actualmente aparece en el diccionario como femenino, la docta corporación tendrá que darle alguna vez también el género masculino, pues el 90 por ciento de la gente dice “el sazón”, y no “la sazón”.

Todas estas gramatiquerías vienen a cuento por el cambio que se hizo de nombre al ahuehuete de Popotla que durante siglos se ha llamado “El Árbol de la Noche Triste”, y que en adelante deberá llamarse, por designio cuasipresidencial, “El Árbol de la Noche Victoriosa”. Volvemos otra vez al color del cristal con que se mira. A la visión de los vencidos que al final resultaron vencedores sucede ahora la visión de los vencedores que al final resultaron los vencidos.

¿Se impondrá ese nuevo nombre sobre el muy antiguo, o prevalecerá Su Majestad el uso? No lo decidiremos nosotros. Lo decidirán dos supremas potestades: la gente y el tiempo.

El amigo de don Jolilo le informó, solemne: “Un conocido mío me dijo que se propone huir del pueblo con una mujer casada. No lo ha hecho porque necesita 5 mil pesos para la fuga, y no los tiene. Esa mujer, amigo mío, es tu esposa”. “¡Qué barbaridad! -se consternó Jolilo-. ¡No seas malo! ¡Préstale el dinero al hombre; yo después te lo pago!”. (Nota: Y con intereses). FIN.

Mirador

Armando Fuentes Aguirre

San Virila salió por el camino que llevaba al pueblo. Iba a buscar el pan para sus pobres.

En eso vio a un hombre que apaleaba a su asno, el cual había caído bajo el peso del enorme fardo con que lo había cargado el individuo.

San Virila es humilde y bondadoso, pero le indignó ver la forma en que el sujeto maltrataba al infeliz borrico. Y sucedió que una gran hormiga roja subió por la pierna del dueño del burro y lo picó repetidas veces en la parte más recóndita y sensible de su trasero. 

Al sentir aquellas dolorosas picaduras el hombre salió corriendo al tiempo que profería fuertes gritos y gemebundos ululatos. San Virila, entonces, alivió al jumento caído. Le quitó su carga y lo ayudó a ponerse en pie. Hecho eso se dirigió al Señor.

-Perdóname, Padre -le dijo avergonzado-. Sé que a veces no te gustan los milagros que hago, pero es que pienso que nadie debe maltratar a tus criaturas.

-Perdóname tú, hijo -le respondió el Señor-. En esta ocasión te me adelanté. El milagro de la hormiga no lo hiciste tú. Lo hice yo.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA

“...Tercera ola de la pandemia...”.

Todos nos haceos bolas.

Cansados ya del asedio

no nos queda más remedio

que bailar sobre las olas.


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