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Sin patear el pesebre





Las poquianchis fueron noticia de cinco estrellas, en la nota roja de los periódicos a principios de los años sesentas.  Estas mujeres Iniciaron con una cantina en el salto Jalisco, ahí prostituían a jovencitas que  atosigadas por la necesidad, llegaban a ese centro de trata.  Como vieron que las ganancias se multiplicaban, decidieron probar suerte, emigrando del lugar para llegar a Lagos de Moreno en ese mismo estado. Con el pomposo nombre de “Guadalajara de Noche”, las poquianchis acrecentaron sus ganancias y el dinero les llegó a manos llenas.  La ambición las convirtió de empresarias en giros negros a asesinas.  Estas mujeres de buenas a primeras pasaron a ser una referencia en el bajo mundo. Finalmente se asentaron en el estado de Guanajuato, lugar donde se dice que mandaban secuestrar jovencitas, o bien las engatusaban bajo falsas expectativas de un empleo honesto. Una vez que lograba sus propósitos practicaba la esclavitud, encerrándolas o encadenándolas en cuartuchos de mala muerte bajo la vigilancia de torvos sujetos al servicio de estas pirañas humanas.  María Luisa González Valenzuela, Delfina, Carmen y María de Jesús, hicieron y deshicieron en aquellos   tiempos.  Bajo la apariencia de un negocio común, ese centro de vicio tolerado, revivió los tiempos de la Gestapo o los campos de exterminio de cualquier sangrienta dictadura. Las mujeres eran explotadas   hasta morir.  Con las poquianchis el perdón o la compasión eran sentimientos inexistentes.  Apaleadas, ahorcadas o aventadas a barrancos de piedras afiladas, los cuerpos se desgarraban hasta caer en la profundidad de las cañadas, convirtiendo esos cuerpos en pedazos de masa inerte, difíciles de reconocer.  Otras más eran sepultadas en las fosas clandestinas del panteón particular de esa macabra vivienda.   Quiso el destino, para buena suerte de las autoridades, que una de las desafortunadas lograra escapar hasta llegar a la comandancia de la policía judicial, ahí contó con detalle la forma y el lugar donde estas mujeres practicaban el exterminio. La policía después de solicitar la orden de aprehensión llegó hasta el lugar, y tras de un intenso interrogatorio, a las brutales asesinas no les quedó de otra, que confesar sus inenarrables y monstruosos homicidios, recordemos que en esos tiempos el tipo penal de feminicidio no existía.  Llevadas a juicio las poquianchis fueron condenadas a cuarenta años de prisión.  Esas mujeres fueron y siguen siendo noticia. Queda claro para los estudiosos de la conducta humana, que los sentimientos criminales no distinguen género, y que el llamado sexo débil, puede sin problemas llevar a cabo, conductas tan criminales, como las realizadas por el hombre.  A las poquianchis se les atribuye la muerte de doscientas mujeres, aunque si tomamos en cuenta las fechas en que estas estuvieron regenteando este funesto negocio, las victimas podrían elevarse de forma alarmante.  Las poquianchis, las primeras asesinas “seriales grupales”, del México contemporáneo.


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