Nostalgias sotaventinas



Nostalgias sotaventinas

Comenzaban los años sesenta y con mis padres (Manuel y María) conocí Tlacotalpan, Veracruz, que entonces debió ser una población muy rica, dado el auge de la ganadería y el comercio por el río de las mariposas, conocido como Papaloapan. Su feria del Día de la Candelaria representaba un gran bullicio e intercambio de todo lo que se pudiera uno imaginar siendo niño: juegos mecánicos, pirotecnia, comida, bebidas, suertes de feria, música y desfiles. Todo relacionado con la adoración religiosa a la virgen.

Como por la temporada no había hospedaje, volvimos aguas atrás, para pedir posada en la población de Tlacojalpan, desde donde observé, de madrugada, cómo navegaba un bote de vapor en la hondura de las aguas no tan contaminadas del afluente. Muchos años después, dicha visión la asocié, con nostalgia, a las novelas de García Márquez.

En los años 80, ya viviendo en Oaxaca, volví a esta tierra sotaventina, buscando aquella imagen, pero ya las cosas habían cambiado, aunque la feria seguía siendo un gran atractivo para miles que llegan, a admirar sus casas color pastel con sus portales; su gastronomía, la hospitalidad de su gente y los encuentros de los mejores exponentes del son jarocho y décimas de México.

Desde que descubrí que la gente bailaba en pareja sones jarochos sobre un entarimado de fandango, cada que puedo reincido allí para recuperar mi estado de ánimo. La ocasión más reciente, fue en 2015, cuando de paso fui a conocer a mi sobrina Olimpia y a sus hijos, en Medellín de Bravo.

La diminución de la pandemia revivió la feria. Debió estar a reventar. Esta vez para no perder la costumbre, sintonicé medios y plataformas para enterarme, aunque sea de lejos, pormenores de la cabalgata, otras actividades y el son jarocho. Imperdible el paseo de la virgen por el río, bendiciendo a la gente, al puerto y a la actividad de los pescadores, seguido de decenas de lanchas. 

De un tiempo a esta parte, se habla mucho de la cultura cuenqueña, por la intensa relación entre personas que viven en la frontera de Oaxaca y Veracruz. En la zona de Tuxtepec y Loma Bonita, hay connotadas muestras de intercambio cultural, artístico y gastronómico. Jaraneros oaxaqueños participan en las fiestas de la Candelaria, que ahora celebró su 246 aniversario.

En esta ocasión, el Foro Cultural del Sotavento 2023 inició con la presentación de “Diálogos con Felipe Matías Velasco”, libro que da a conocer la vida de este gran cronista y costumbrista, hijo predilecto de Tuxtepec, por parte del oaxaqueño, Luis Fernando Paredes Porras, pedagogo, comunicador y productor de contenidos culturales.

El oaxajarocho existe, como lo ratifica esta décima del afrodescendiente Luis Antonio Rodríguez, medalla Adolfo Ruiz Cortínez, nacido en Tuxtepec y vecino de Peñitas, Veracruz: ”Soy de esa raza cuenqueña/ de Veracruz y Oaxaca/ y soy de esa raza que atraca/ los versos y los desgreña/.Esta es la raza sureña/ que alegra con la versada/mi familia antepasada/fue desde el chino tupido/ y soy Rodríguez Pulido/para toda la plebada”.

Florecer en el surco

Mercedes García Lara, presentó su testimonio de vida en el libro Florecer en el Surco Oaxaqueño, de la maestra María Teresa Cruz. Muy recomendable lectura. En el relato, se destaca el accidente que sufrió en 1989, en la sierra sur:

“…Una camioneta pasó sobre mí cuan larga soy, se trepó por mis piernas, pasó por mi estómago y salió por el lado izquierdo de mi hombro; me privé al caerme, pero cuando la camioneta iba por mi estómago volví y me di cuenta de lo que estaba pasando. En ese momento pedí perdón al Señor por mis pecados, veía cómo la camioneta avanzaba sobre mí, - me imaginé la cara destrozada, sangre por la nariz, por la boca- después que salió la camioneta por mi hombro esperaba la muerte, pero ésta no llegó…”.

Luego de no hallar condiciones para atender sus lesiones en el pueblo, la trasladaron hacia la capital oaxaqueña, a un hospital, donde Mercedes se restableció:

“En diciembre volví a mis actividades a Santiago Textitlán. Tuve mucho apoyo del pueblo, de los miembros del equipo parroquial, de las hermanas Capuchinas, de amigos y amigas y del equipo CEDIPIO. Soy un milagro de Dios- concluye Mercedes- no me quedaba duda de que me quería entre el pueblo de Dios para su servicio”.

El libro incluye testimonios de siete mujeres catequistas de los pobres y franciscanas, quienes fungían como prácticamente “párrocas”, pues bautizaban, casaban y celebraban misa.


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